Jack habría cenado en La Cabeza del Jabalí de no ser porque le habían dicho que Elsa Arendelle pasaría la noche con las señoritas Merrywether. Estaba contando los días que faltaban: dos. Era terco como una mula. Lo sabía. Había tomado una decisión, aunque la tortura continuaría durante dos días más cada vez que la viera brevemente (como esa mañana en el jardín de setos) y con encuentros todavía más breves. La deseaba a todas horas, pero estaba decidido a ganar esa apuesta, a poder echarle en cara al menos su victoria.
Y ella estaba haciendo el tonto, por supuesto. No había vuelto a ver a Lilian Talbot desde el día de la apuesta. Solo había visto a Elsa Arendelle. ¿Cómo pensaba seducirlo de esa manera?
Se arregló para la cena aunque iba a comer solo, más que nada porque llevaba toda la vida haciéndolo. Entró en el comedor tarareando, pero se detuvo en seco. La vio junto al aparador, hablando con Jarvey. La mesa estaba puesta para dos comensales. Llevaba un vestido de seda dorado sin más joyas ni adornos. La prenda en sí era de un diseño tan sencillo que supo a simple vista que también era muy cara. Resaltaba sobre sus curvas de tal forma que cualquier otro adorno habría resultado superfluo. Su lustroso cabello brillaba como el satén rojo, peinado hacia atrás y con las trenzas recogidas en la nuca. Era la personificación de la belleza y la elegancia.
Jack aminoró el paso. Por un instante incluso se le alteró el ritmo de la respiración. La vio sonreír y no tuvo muy claro si se trataba de Elsa Arendelle o de Lilian Talbot. Sospechaba que llevaba uno de los vestidos de la última. Pero su sonrisa era muy dulce.
—Creía que ibas a cenar con las señoritas Merrywether —dijo.
—No.
De modo que ya no le quedaba más remedio que ayudarla a sentarse, ocupar su sitio y aprovechar la situación en la medida de lo posible. Charlaron con urbanidad de varios temas. Ella le explicó que había organizado el grupo de costura para proporcionar un desahogo social a las mujeres de la comunidad y añadió con una sonrisa que si bien se relacionaban de esa manera, a las mujeres también les gustaba sentirse útiles. Él le refirió historias sobre Tattersall's y las subastas de caballos que se celebraban en el establecimiento todas las semanas.
Hablaron del tiempo.
Ella le contó que el sendero del río estaba tan lleno de arbustos y hierbajos cuando llegó a Pinewood Manor que al principio creyó que era un prado silvestre. Cuando descubrió que había un sendero bien delimitado, les ordenó a los jardineros que se encargaran de limpiarlo e incluso mandó a algunos jornaleros de la granja para que les echaran una mano. Él le habló de Oxford y de lo impresionado que lo dejaron las bibliotecas y las conversaciones con hombres que no ocultaban su erudición.
—Es un milagro que no se quedara allí y se convirtiera en profesor, en conferenciante o en rector —comentó ella.
—No. —Se echó a reír—. Cuando por fin terminé los estudios, juré no volver a abrir un libro en la vida. Quería vivir.
Hablaron del tiempo.
Ella le contó que su único dispendio desde que se mudó a Somersetshire era la compra de libros. Los encargaba en Londres y en Bath. Varios libros se habían sumado a la biblioteca en los últimos dos años, incluido el ejemplar de Orgullo y prejuicio que él les estaba leyendo a las damas. Él habló del libro, de modo que se enzarzaron en una breve pero apasionada discusión sobre sus méritos.
Hablaron del tiempo.
Cuando Elsa se levantó al final de la cena y anunció que lo dejaría solo para que disfrutara de su oporto, Jack soltó un suspiro aliviado. Había pasado otro día. Era guapísima y su compañía, agradable, inteligente e interesante. Resultaba muy sencillo relajarse a su lado y olvidar que dentro de dos días no volvería a verla.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...