Capítulo 9 (Parte 1)

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Jack habría disfrutado mucho de la semana transcurrida en Trellick de no ser por Elsa Arendelle. No había previsto desarrollar un sentimiento de pertenencia tan fuerte hacia Pinewood Manor. Aunque en el pasado consideró la posibilidad de emprender alguna carrera tras completar sus estudios universitarios (en el ejército, en la Iglesia o en el cuerpo diplomático), nada le apetecía especialmente. Sin embargo, el resultado de no hacer nada había sido previsible: aburrimiento, participación en un sinfín de temeridades impulsivas y la impresión de carecer de un propósito en la vida. No obstante, solo se percató de todo eso cuando llegó a Pinewood Manor y descubrió que la vida de un terrateniente rural le sentaba como un guante.

Pero estaba Elsa Arendelle. Evitaba en la medida de lo posible que se repitiera otro encuentro como el de la noche que rompió el jarrón. Y también evitaba, con más determinación si cabía, cualquier pensamiento sobre el matrimonio. Esa sería una solución, pero supondría un coste demasiado alto. Y así siguieron viviendo juntos en Pinewood Manor.

Comenzó a devolver las visitas de sus vecinos. Siguió trabando amistad con ellos y trató de no darle muchas vueltas a la decepción que le provocaba lo fácil que resultaba en la mayoría de los casos. Deberían ser más leales a la señorita Arendelle. Sentía una profunda antipatía por los Claypole, tan aburridos y pomposos como eran, y estaba seguro de que le habrían caído mal con independencia de las circunstancias. Sin embargo, se habían ganado su respeto con esa altiva y fría urbanidad de la que hacían gala. Claypole se veía como el pretendiente de la señorita Arendelle; la señorita Claypole, como su amiga; y la señora Claypole adoraba a sus dos hijos. Para ellos, Jack era, simple y llanamente, el enemigo.

Decidió familiarizarse con la rutina de la propiedad. Contaba con escasos conocimientos y una experiencia nula, ya que jamás había ejercido de terrateniente. No obstante, estaba decidido a aprender en vez de dejarlo todo en manos de un administrador. Además, tal vez se quedara sin administrador en breve. Paxton era un trabajador leal a la señorita Arendelle. Se lo dejó muy claro una mañana, cuando fue a verlo con el libro de cuentas bajo el brazo a su oficina, que se emplazaba sobre los establos.

—La contabilidad está muy bien llevada —comentó Jack después de intercambiar los saludos de rigor con el administrador.

—La lleva ella —replicó William Paxton con brusquedad.

Jack se sorprendió, aunque debería haber supuesto que esa letra pequeña y pulcra era de una mujer. Sin embargo, no fue una sorpresa agradable saber que la señorita Arendelle participaba activamente en el manejo de la propiedad. Y la cosa empeoró.

—Lo ha hecho usted muy bien —siguió Jack—. Me he percatado de que la propiedad ha mejorado mucho durante los dos últimos años.

—Ella lo ha hecho bien —lo corrigió el administrador con tanta vehemencia que le tembló la voz—. Ella ha obrado el milagro. Ella me dice qué hacer y cuándo hacerlo. Suele pedirme consejo y por regla general me escucha cuando le ofrezco alguno, pero no lo necesita. Podría manejarlo todo sin mí. Tiene la cabeza en su sitio, tanto como cualquier hombre que yo conozca. Si se va, yo también me iré, se lo digo para que lo sepa. No me quedaré para ver cómo este lugar acaba otra vez arruinado y destrozado.

—Pero ¿por qué va a arruinarse? —le preguntó él.

—Todos lo vimos apostar de forma imprudente en el pueblo, a pesar de que llevaba todas las de perder —contestó Paxton, que ni siquiera intentó disimular la acritud que destilaba su voz—. Y todos sabemos que consiguió Pinewood Manor gracias a otra apuesta arriesgada.

—Pero no perdí —señaló Jack— en ninguno de los dos casos. No me gusta perder. Me resulta deprimente.

Sin embargo, Paxton estaba decidido a amotinarse.

—La otra mañana en la granja de la finca prometió usted muchas cosas —le recordó el administrador—. La propiedad todavía no puede permitírselas. Ella lo entiende. Hace las cosas de forma gradual.

—Los jornaleros necesitan casas nuevas, no parchear los daños ya reparados —replicó Jack—. La propiedad no cubrirá los gastos. Correrán de mi cuenta.

Paxton lo miró con recelo. Era evidente que además de cargar con el sambenito de jugador manirroto, también cargaba con el de aristócrata a dos velas, pensó Jack.

—Sin embargo —añadió—, necesitaré el consejo y la ayuda de un buen administrador. ¿Fue Bamber quien lo contrató?

—El difunto conde —respondió el hombre, asintiendo con la cabeza—. Pero me dejó muy claro que iba a trabajar a las órdenes de la señorita Arendelle, no a las suyas.

De modo que Elsa Arendelle no había sido la única a quien le dieron a entender que el difunto conde pensaba dejarle la propiedad a ella.

Paxton, al igual que sucedió con los Claypole, también se ganó el respeto de Jack durante dicha semana.

Se involucró en varias actividades de la comunidad. El coro de la iglesia era una de ellas. La escuela, otra. El tejado de la escuela tenía goteras, le informaron durante una visita al maestro.

Sin embargo, el fondo destinado a la mejora del pueblo todavía no era suficiente, pese a la generosa donación realizada por la señorita Arendelle. Jack contribuyó con la cantidad que faltaba y se hicieron las gestiones pertinentes para que el trabajo se llevara a cabo. A fin de no interrumpir las clases, Jack ofreció Pinewood Manor como escuela temporal. E informó a Elsa Arendelle durante la cena.

—Pero ¿cómo va a sufragarse? —quiso saber ella—. No hay suficiente dinero. Había pensado que dentro de cuatro o cinco meses... —Sin embargo, apretó los labios y no concluyó la frase.

—¿Podría permitirse ese gasto? —sugirió él—. Ya he donado lo que faltaba.

Ella lo miró en silencio.

—Puedo permitírmelo —le aseguró Jack.

—Por supuesto que puede permitírselo. —Su voz tenía un deje irritado—. Se permitirá cualquier cosa con tal de causar una buena impresión, ¿verdad?

—¿Acaso no puedo hacerlo solo porque creo en la educación? —puntualizó.

La señorita Arendelle soltó una carcajada desdeñosa.

—¿Y las clases se impartirán aquí mientras reparan el tejado?

—¿Le molesta el arreglo? —quiso saber él.

—Me sorprende que me lo pregunte siquiera —respondió ella—. Pinewood Manor es suyo... según usted.

—Y según la ley —añadió Jack.

Esperaba que Bamber accediera a la petición de remitirles una copia del testamento. Incluso le había enviado otra carta, urgiéndolo a que no se demorara. La situación en la que estaban inmersos era ridícula e imposible. Y definitivamente peligrosa. Estaba comprometiendo el buen nombre de esa mujer al vivir con ella. Pero no se trataba solo de eso. El problema era que le subía la temperatura cada vez que la miraba. De hecho, ni siquiera tenía que mirarla.

Las noches en particular suponían un calvario.

En cuanto llegara el testamento y comprobara por sí misma que Bamber no le había dejado nada, no tendría más remedio que marcharse.

Y él no veía el momento de que eso sucediera.













Si hay algún error ortográfico o en cuanto a la adaptación les agradecería me notifiquen. Buena noche.

Amante de nadie (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora