A la mañana siguiente Elsa estaba en el pequeño despacho de El Caballo Blanco, poniendo al día los libros de cuentas y asegurándose de que las cifras cuadraban. Se había puesto uno de sus vestidos mañaneros más sencillos, uno que había dejado en la posada cuando se marchó hacía tantos años. No podía decirse que estuviera pasado de moda, porque en realidad nunca lo había estado. Le había dicho a Hannah que la peinara con su tirante rodete.
Quería sentirse, aunque solo fuera por el resto de esa semana, como la secretaria y contable de su tío. No quería analizar el futuro ni el pasado. Mantuvo su mente totalmente concentrada en las cifras que tenía delante.
Sin embargo, la mente era un instrumento extraño. Podía concentrarse en una tarea mecánica al tiempo que divagaba de una forma muy poco disciplinada sobre cualquier tema.
Más concretamente sobre su encuentro con Daniel Kirby.
Sobre el molesto enfrentamiento con Jack.
Sobre todo lo que pasó después.
Su madre volvió a la salita en cuanto él se marchó. Igual que lo hicieron Isabella, Anna y su tío Wesley. Todos ellos muy sonrientes.
—¿Y bien? —le preguntó su madre.
—Me ha traído la escritura de propiedad de Pinewood Manor —les comunicó ella al tiempo que señalaba el documento que descansaba sobre la mesa—. Me ha transferido la propiedad. Según él, siempre ha sido más mía que suya.
—¿Y nada más? —insistió su madre, bastante desilusionada.
—¡Ay, Elsa, qué guapo es! —exclamó Isabella.
—Me ha propuesto matrimonio —les dijo ella—. Lo he rechazado.
Por supuesto, no pudo explicarles los motivos que la habían llevado a hacerlo, de modo que se vio obligada a dejar que su madre llegara a la conclusión de que lo había rechazado movida por su condición de hija ilegítima. Su madre no pudo evitar echarse a llorar. No entendía por qué le daba tanta importancia a un hecho que a lord Jack Frost no parecía importarle en absoluto.
—Mamá —dijo ella a la postre—, no lo quiero.
—¿Que no lo quieres? ¿Que no lo quieres? —repitió su madre, alzando la voz—. ¿Has rechazado a un aristócrata, al hijo de un duque, cuando podías haberte casado con él y tener la vida asegurada? ¿Cuando podías haber ayudado a tus hermanas? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?
—¿Cómo es que no lo quieres si es tan guapo? —se lamentó Isabella.
—Calla, Isabella —la reprendió Anna con brusquedad—. Mamá, sécate las lágrimas. Voy a traerte un té.
—¡Ay! —exclamó su madre después de sonarse la nariz—. La egoísta soy yo. Elsa, perdóname. Siempre nos has mandado dinero con tu sueldo de institutriz. Has sido muy buena con nosotros.
—Y ha seguido haciéndolo, Rosamond —añadió su tío Wesley, y siguió hablando a pesar de que ella le hizo señas con la cabeza para que guardara silencio—. No soy yo quien está pagando la mensualidad del colegio de Hans, ¿sabes? Es Elsa quien lo hace. Y también ha pagado otras cosas que tú crees que han salido de mi bolsillo. Ha llegado el momento de que lo sepas. Sobrina, no tienes por qué casarte con un aristócrata que ni siquiera te gusta. Y tampoco tienes que trabajar de nuevo como institutriz si no quieres. La posada mantendrá a mi hermana y a sus hijos, de la misma forma que habría mantenido a Alice y a nuestros hijos si ella no hubiera muerto.
Y todos acabaron llorando, salvo su tío, que se escabulló por la escalera trasera. Nadie volvió a mencionar a Jack hasta que lo hizo Hannah, que todavía se encontraba en su dormitorio cuando Elsa regresó.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...