Elsa se enfrentó a la ausencia de lord Jack Frost en Pinewood Manor a la mañana siguiente con una mezcla de alivio y desilusión. Durante la larga noche que prácticamente había pasado en vela, fue incapaz de decidir cómo enfrentarse a él durante el desayuno. Se había ausentado para ir a caballo con el señor Paxton a la granja que abastecía a la propiedad. Parecía que estaba interesado en el funcionamiento de las cosas, al menos de momento. Elsa consideró que su ausencia, debida a semejante motivo, era una intrusión en toda regla. Ella se había propuesto conseguir desde el principio que Pinewood Manor fuera una empresa eficiente y próspera, y se había involucrado personalmente en la tarea. Le había ido bastante bien, gracias a la ayuda y a los consejos del señor Paxton. Había disfrutado mucho de esa tarea.
Ese día no tenía que poner en marcha ningún plan. Solo el de esa tarde, que ya se le antojaba patético y abocado al fracaso. Y para aumentar la depresión que la embargaba, el cálido y maravilloso clima que los había acompañado hasta entonces había desaparecido de Somersetshire. Una ligera llovizna humedecía las ventanas y los nubarrones grises que ocultaban el cielo oscurecían el comedor.
Su problema radicaba en que no sabía de qué era más culpable. Se había rendido ante el enemigo, había permitido que la abrazara y la besara. Y en parte... en fin, mucho más que en parte, había sucedido porque estaba guapísimo en mangas de camisa y con las ajustadísimas calzas de seda amoldándose a sus largas y fuertes piernas, y porque se había sentido increíblemente sola y desamparada. ¿Cómo excusar el hecho de haber cedido al deseo que le provocaba un hombre así? Sin embargo, prefería acusarse de haber sucumbido a la lujuria desatada antes que a lo otro.
Porque aunque se había dejado llevar hasta cierto punto por la emoción de estar entre sus brazos, en realidad solo había sido así, hasta cierto punto. Una parte de sí misma había observado el momento de forma desapasionada mientras se arqueaba contra él, mientras pegaba los pechos contra su duro torso, los muslos contra sus piernas y el vientre contra su dura erección. Era consciente del efecto que le estaba provocando, del poder que tenía sobre él. Podría haberlo seducido y llevárselo a la cama casi sin esforzarse. Sin embargo, aunque la parte apasionada de su persona anhelaba precisamente eso, yacer bajo su cuerpo y sentir el placer que le brindaría ese cuerpo limpio y joven, la parte calculadora había sopesado la posibilidad de llevarlo por un sendero distinto: el del amor e incluso el del matrimonio.
Se avergonzaba muchísimo de esa parte de su persona.
—Sí —dijo cuando el mayordomo se acercó a ella—, puede recoger, señor Jarvey. No tengo hambre.
Se dirigió a la biblioteca y se sentó al escritorio. Escribiría una carta a su madre. Al menos, no tendría que temer que la interrumpieran en toda la mañana.
¿Cómo era posible que se dejara siquiera tentar por la posibilidad de conseguir que se enamorara de ella? Aborrecía a ese hombre con todas sus fuerzas. Además, era un imposible. Tal vez no la parte de que se enamorara de ella, pero sí la del matrimonio. Sin embargo, lo que le revolvía el estómago no era esa consideración tan práctica, sino las connotaciones morales de intentar engañar a un hombre para que se casara con ella. Cogió la pluma del escritorio, comprobó el plumín y lo mojó en la tinta.
«Cuídese de un forastero alto, guapo y de pelo claro. Puede destruirla... si usted no conquista antes su corazón», recordó.
¿Por qué se habían colado en su cabeza las palabras de la pitonisa en ese preciso momento?
No iba a hacerlo, dijo para sus adentros con determinación. No iba a hacer absolutamente nada para conquistar su admiración... ni su lujuria. Sin embargo, ¿y si no tenía que hacer nada? ¿Y si su evidente atracción hacia ella se convertía por propia voluntad en algo mucho más profundo? ¿Y si...?
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...