Capítulo 24 (Parte 1)

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El guardia acababa de hacer sonar el cuerno de hojalata, la última advertencia a los viajeros rezagados para que se subieran al coche de postas antes de que abandonara la posada y pusiera rumbo al oeste. Sin embargo, solo quedaba un pasajero por subir. El guardia cerró la portezuela del carruaje con fuerza y ocupó su lugar en el pescante de la parte trasera.

La señora Wilding se apartó del vehículo con el pañuelo en los labios. Isabella se aferraba a su brazo libre. Anna levantó una mano para despedirse y esbozó una sonrisa valiente. Elsa, que estaba sentada junto a la ventanilla, se la devolvió. Las despedidas eran muy difíciles. Había intentado convencerlas para que se quedaran en El Caballo Blanco, pero habían insistido en acompañarlas.

Las volvería a ver, por supuesto, tal vez pronto. Su madre había declarado con firmeza que su lugar estaba en la casa de su hermano, y que debía quedarse con él. Sin embargo, había accedido a visitar Pinewood Manor a finales de año. Isabella y Anna podrían quedarse todo el tiempo que quisieran con ella, añadió. Y Hans tal vez deseara pasar parte de las vacaciones estivales en el campo.

Sin embargo, el momento del adiós era difícil de todas formas.

Se marchaba de Londres para siempre. Jamás volvería a ver a Jack. Esa misma mañana le había enviado unos valiosos documentos, pero no había creído apropiado entregárselos en persona. Los acompañaba una nota que había firmado con un escueto «J. Frost».

El duque de Tresham no se había puesto en contacto con ella. Claro que no le importaba. Si ya le había pagado a Daniel Kirby, le devolvería el préstamo.

Se iba a casa, se recordó mientras el guardia hacía sonar de nuevo el cuerno de forma ensordecedora desde su asiento para indicarles a los transeúntes de la calle que se apartaran. Había sido feliz en Pinewood Manor y lo sería de nuevo. Los recuerdos no tardarían en desvanecerse y volvería a sanar. Solo necesitaba tiempo y paciencia.

¡Ay, pero los recuerdos estaban muy frescos y la dejaban en carne viva!

¿Por qué no había ido a verla? Aunque no fuera lo que ella deseaba, ¿por qué no había ido? ¿Por qué le había enviado los documentos con un criado?

Jack...

El carruaje comenzó a moverse y el repiqueteo de los cascos de los caballos sobre los adoquines se impuso al resto de los sonidos. Su madre estaba llorando. Al igual que Isabella. Pero también sonreían mientras agitaban las manos a modo de despedida. Elsa esbozó una sonrisa decidida y levantó la mano a su vez. En cuanto el carruaje enfilara la calle y dejara de verlas, se sentiría mejor.

Sin embargo, acababa de hacer el giro para salir del patio cuando se detuvo de sopetón y se escuchó un griterío procedente de la calle.

—¡Que el Señor nos ampare! —exclamó Hannah, que estaba sentada junto a Elsa—. ¿Qué pasa ahora?

El hombre acomodado frente a ellas y de espaldas al cochero pegó la cara al cristal para echar un vistazo al exterior.

—Hay unos caballos y un carruaje cruzados justo frente a la entrada de la casa de postas —les anunció al resto de sus compañeros de viaje—. El hombre va a tener problemas, sí, señor. ¿Estará sordo?

Más le convendría estarlo, pensó Elsa, al percatarse de que su familia ya no la estaba mirando a ella, sino que observaba el motivo del retraso. Desde el interior del carruaje se escuchaban los bochornosos improperios que lanzaban el cochero, el guardia y varios de los pasajeros que viajaban en los asientos superiores, y que iban dirigidos al infortunado que se había detenido en la calle, impidiendo la salida del coche de postas pese al aviso del guardia.

Amante de nadie (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora