Capítulo 2 (Parte 2)

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El conde de Bamber nunca había vivido en esa propiedad perdida en medio de Somersetshire, ni siquiera la había visitado, siempre y cuando le hubiera dicho la verdad. Incluso había asegurado desconocer cómo era. Sin embargo, parecía haber gastado dinero en su mantenimiento. ¿Por qué si no había dos jardineros cortando el prado y un mozo en los establos?

—¿Hay criados en la casa? —le preguntó al muchacho, presa de la curiosidad.

—Sí, señor —le contestó mientras preparaba al caballo para llevárselo—. El señor Jarvey lo atenderá si llama a la puerta. Menuda demostración de puntería con la pelota, señor, si me permite la impertinencia. Yo solo pude derribar tres candeleros, y estaban mucho más cerca cuando me tocó hacerlo.

Jack aceptó el halago con una sonrisa.

—¿El señor Jarvey?

—El mayordomo, señor.

¿Había un mayordomo? Muy curioso, ciertamente. Jack se despidió con un gesto cordial de la cabeza y cruzó la terraza hacia la puerta de doble hoja, a la que llamó.

—Buenos días, señor.

Jack esbozó una sonrisa alegre al ver al criado de aspecto respetable que salió a su encuentro y que lo miraba con expresión educada.

—¿Jarvey? —dijo Jack.

—Sí, señor. —El mayordomo le hizo una reverencia y abrió más la puerta antes de apartarse para dejarlo pasar. A juzgar por su mirada, sabía que tenía delante a un caballero.

—Encantado de conocerlo —dijo Jack al tiempo que entraba en la casa y echaba un vistazo a su alrededor con sumo interés.

Se encontraba en un vestíbulo de planta cuadrada, con techos altos y suelo embaldosado. Las paredes estaban decoradas con paisajes enmarcados en tonos dorados y el busto de un romano de gesto serio emplazado en un pedestal de mármol adornaba una hornacina justo enfrente de la puerta. A la derecha había una escalera de roble con un intrincado pasamanos y a la izquierda varias puertas conducían a otras estancias. Desde luego, el aspecto del vestíbulo era un buen presagio para el resto de la casa. No solo tenía un diseño amplio y agradable, además de estar muy bien decorado, sino que también se veía limpio. Todo relucía como los chorros del oro.

El mayordomo tosió con disimulo cuando Jack echó a andar hacia el centro del vestíbulo mientras sus pasos resonaban en las baldosas; una vez allí, giró sobre sí mismo con la cabeza ligeramente ladeada.

—¿En qué puedo ayudarlo, señor?

—Puedes prepararme el dormitorio principal para esta noche —contestó Jack, sin prestarle mucha atención— y que tengan listo el almuerzo para dentro de una hora. ¿Es posible? ¿Hay cocinero? Un poco de fiambre y pan bastarán si no hay nada más.

El mayordomo lo miró sin ocultar su asombro.

—¿El dormitorio principal, señor? —le preguntó—. Le pido disculpas, pero no me han informado de su llegada.

Jack soltó una risilla, sin ofenderse, y se concentró en el quid de la cuestión.

—Ya me lo imagino —repuso—. Pero a mí tampoco me informaron de tu presencia. Supongo que el conde de Bamber no te ha escrito ni ha ordenado que lo hagan.

—¿El conde? —El mayordomo parecía más asombrado todavía—. Nunca se ha inmiscuido en los asuntos de Pinewood Manor, señor. El conde...

Típico de Bamber. No saber nada de ese lugar, ni siquiera sobre la servidumbre. No haber avisado de que lord Jack Frost iba de camino. Claro que tampoco le dio la impresión de que supiera que tenía que avisar a alguien. ¡Menudo desastre de hombre!

Amante de nadie (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora