Los bailes de pueblo siempre eran muy alegres. La orquesta solo interpretaba contradanzas, que se bailaban en círculo o en hileras. Algunas lentas y otras, rápidas y briosas, pero de pasos complicados y precisos que todos conocían tras muchos años de práctica.
Jack bailó todas las piezas. Como también lo hizo Elsa Arendelle. Entre pieza y pieza, conversó con sus vecinos. Sin embargo, escuchaba la voz ronca y musical de Elsa y su risa, aunque estuvieran en extremos opuestos de la estancia. No compartieron mesa, pero sabía que ella solo había comido medio bollito untado con mantequilla y una taza de té. No la invitó a bailar, pero se percató de la elegancia y la agilidad con la que ejecutaba los pasos, y se la imaginó con la cinta del palo de mayo en la mano.
Dentro de una semana se habría ido. Durante el próximo baile que se celebrara en el pueblo podría prestarles toda su atención a las muchachas tan guapas con las que estaba bailando esa noche. Odiaba ese estado de alerta constante, la tensa espera mientras aguardaba a que ella moviera ficha, lo que estaba obligada a hacer si quería tener la menor oportunidad de ganar la apuesta antes de que se agotara el tiempo. Deseaba con todas sus fuerzas que lo hubiera asediado con todos sus trucos el primer día. Porque entonces estaba tan enfadado que los habría resistido todos con facilidad.
Estaba hablando con el reverendo Prewitt y la señorita Faith Merrywether cuando ella le tocó el brazo. Al bajar la vista le sorprendió que sus dedos no le hubieran quemado la manga del frac. La miró a la cara y descubrió que estaba sonrojada por el ejercicio del baile.
—Milord —la oyó decir—, el señor Claypole tiene que llevar a su madre temprano a casa. El calor la ha afectado y se encuentra un poco mareada.
—La señora Claypole no es de constitución fuerte —comentó la señorita Merrywether como si desaprobara la situación—. Tiene suerte de contar con un hijo tan atento.
Elsa Arendelle, sin embargo, seguía mirando a Jack.
—Iban a acompañarme a casa —siguió ella—, pero el señor Claypole ha creído más sensato evitar todo ese rodeo para ir a Crossings.
—Señorita Arendelle, estaría encantado de llevarla en mi carruaje —se ofreció el vicario—, pero estoy seguro de que lord Jack le hará un hueco en el suyo.
La expresión de Elsa se tornó mortificada mientras esbozaba una sonrisa de disculpa.
—¿Lo hará usted?
Jack hizo una reverencia.
—Será un placer, señorita —contestó.
—Pero todavía no —señaló ella—. No quiero obligarlo a dejar el baile temprano. Todavía queda una pieza. Se la había prometido al señor Claypole.
—Yo mismo bailaría con usted —comentó el reverendo con una carcajada—, si tuviera unos cuantos años menos, pero confieso que estoy sin aliento y que me fallan las piernas. Lord Jack se encargará de que no acabe convertida en un florero, señorita Arendelle, ¿no es así, milord?
El sonrojo de sus mejillas se intensificó.
—Tal vez lord Jack tuviera a otra pareja en mente —repuso ella.
Jack solo veía el color de sus mejillas, y el brillo de sus ojos después de pasar toda la noche bailando. Solo veía su pelo, peinado esa noche con tirabuzones en vez de con el rodete, pero aún recogido y con unos cuantos mechones sueltos junto a las sienes y el cuello. Solo veía la leve capa de sudor en sus mejillas y en el escote, por encima del vestido.
«He estado esperando a la pareja adecuada, señor», recordó de nuevo la voz ronca y seductora con la que pronunció esas palabras la noche que la invitó a bailar alrededor del palo de mayo. «Le he estado esperando a usted.»
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...