Capítulo 19 (Parte 2)

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Un coche de postas salió traqueteando de la posada El Caballo Blanco, ocasionando un gran bullicio. Elsa y Hannah se mantuvieron apartadas para dejarlo doblar la esquina antes de entrar en el patio del establecimiento. El posadero se encontraba en la puerta, gritándole a un mozo de cuadra que estaba bastante alejado de él. Sin embargo, en cuanto se volvió y las vio, su ceño fruncido fue reemplazado por una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Elsa! —exclamó, abriendo los brazos.

—¡Tío Wesley!

Elsa no tardó en estar rodeada por los fuertes brazos de su tío, que la aplastó contra su pecho.

—Has venido —dijo él tras apartarla para mirarla a la cara—. Pero ¿por qué no nos has avisado de cuándo llegarías? Podríamos haber ido a buscarte. Hola, Hannah. Rosamond y las niñas van a alegrarse muchísimo. ¡Anna! —gritó, asomándose al interior del establecimiento—. Ven a ver lo que tengo aquí.

La hermana de Elsa salió corriendo al cabo de un momento. Estaba preciosa, se percató ella. Se había convertido en una belleza esbelta y voluptuosa, con un precioso cabello rnaranja. No tardaron en estar la una en los brazos de la otra, riéndose mientras se abrazaban.

—¡Sabía que vendrías! —exclamó su hermana—. ¡Y Hannah también ha venido contigo! Vamos arriba. Mamá va a alegrarse muchísimo. E Isabella. —Cogió a Elsa de la mano y se volvió hacia la puerta de la posada. No obstante, se detuvo antes de entrar para mirar, nerviosa, a su tío—. ¿Puedo subir con ella, tío Wesley? Ahora que el coche de postas se ha ido todo está tranquilo.

—Arriba las dos —contestó su tío con alegría—. Fuera de aquí.

Anna la condujo a los aposentos privados de la familia, situados en la planta alta. Más concretamente a la salita de su madre, que estaba cosiendo acomodada junto a la ventana. Isabella estaba sentada a la mesa y tenía un libro abierto delante. Al cabo de un momento todo fueron gritos, chillidos, risas, abrazos y besos.

—¡Sabíamos que vendrías! —gritó Isabella una vez que recobraron la cordura—. Espero que ahora vivas aquí con nosotros.

Isabella había pasado de niña a jovencita cuya belleza comenzaba a prometer.

—Debes de estar cansada —comentó su madre al tiempo que la tomaba del brazo y la conducía hasta un canapé donde ambas se sentaron—. ¿Has llegado directa desde Somersetshire? Ojalá hubiéramos sabido que llegabas hoy, así habríamos ido a esperarte. Isabella, cariño, sé buena y baja corriendo a por té y algunas pastas.

Isabella la obedeció sin rechistar, aunque lo hizo a regañadientes, ya que no quería perderse ni un instante de la llegada de su hermana mayor.

—Es maravilloso volver y veros a todos otra vez —dijo Elsa.

Por el momento se dejaría arropar por el hogar y la familia, como si fueran un capullo protector donde refugiarse de las amenazas del mundo exterior. Y de los recuerdos. Se preguntó si Jack habría vuelto ya a la casa y si habría descubierto su huida.

—Ahora todo irá bien. —Su madre le dio unas palmaditas en una mano.

—Pero parece que estuvierais esperándome —comentó ella con extrañeza.

Su madre le dio un apretón en la mano.

—Nos han llegado los rumores de que Pinewood Manor no era tuyo después de todo —le explicó—. Lo siento muchísimo, Elsa. Sabes que me negué a que lo aceptaras de manos de... de Bamber cuando estabas tan bien trabajando como institutriz, pero siento mucho que te engañara.

Pese a la amarga discusión que mantuvieron antes de que se marchara a Pinewood Manor, Elsa poseía la suficiente experiencia sobre la vida como para no juzgar con dureza a su madre. Mientras trabajaba como institutriz del conde de Bamber, su madre se quedó embarazada. De ella. El conde la instaló en Londres, donde la mantuvo como su amante durante diez años antes de que ella se enamorara perdidamente de Clarence Wilding, con quien se casó. Su vida se trastocó por completo, de forma drástica. Ya no tuvo más contacto con su padre, a quien adoraba. En cambio, recibía la impaciencia y el desprecio de su padrastro. A veces, cuando estaba borracho y su madre no lo escuchaba, la llamaba «la bastarda». Tuvo que preguntarle a Hannah lo que significaba.

Tardó trece años en averiguar toda la verdad acerca de lo sucedido. Lo hizo cuando volvió a encontrarse con su padre, una tarde que ella paseaba por el parque y lo reconoció conduciendo un carruaje que ella detuvo de forma impulsiva. Su padre no la había abandonado. Había intentado verla. Le había escrito y le había mandado regalos. Había enviado el dinero de su manutención. Había querido inscribirla en un buen internado y concertar un matrimonio respetable para ella. Sin embargo, todos los regalos y el dinero le habían sido devueltos.

Y así fue como el conde de Bamber descubrió la verdad sobre su hija y sobre la vida que llevaba, y los motivos que la habían empujado a hacerlo. Su padre concertó un encuentro con Daniel Kirby y se encargó de pagar las restantes deudas del hombre que le había arrebatado a su amante y a su hija. Y después le entregó a Elsa el precioso regalo que suponía una nueva vida. Le regaló Pinewood Manor.

Su madre se puso furiosa. Al principio Elsa se sintió muy tentada de culparla. ¿Qué derecho tenía a mantenerla apartada de su padre? No obstante, para entonces la vida le había enseñado que el corazón humano era un órgano complejo que guiaba frecuentemente a las personas en la dirección equivocada, pero sin mala intención. Además, reconoció que su madre reaccionaba de esa forma porque ignoraba la verdad al completo. En realidad, creía que Elsa desempeñaba el respetable trabajo de institutriz.

Hacía mucho que había perdonado a su madre.

—No me engañó, mamá —la contradijo—. Pero ¿cómo te has enterado de lo de Pinewood Manor?

—Nos lo dijo el señor Kirby —respondió su madre.

La simple mención de ese nombre le provocó un nudo en el estómago.

—¿Lo recuerdas? Estoy segura de que lo recuerdas. Suele venir a menudo a la posada a tomar café, ¿verdad, Anna? Es un hombre muy simpático. He bajado en un par de ocasiones para charlar con él. Nos dijo que sentía mucho tu pérdida. Y nos dejó perplejos, claro. Entonces nos explicó que el hermano del duque de Tresham le había ganado la propiedad al conde y que iba a Somersetshire a reclamarla. ¿Cómo se llama el hermano? No lo recuerdo.

—Lord Jack Frost —aclaró Elsa.

Daniel Kirby estaba enterado de la situación. ¡Por supuesto que lo estaba! Su oficio era estar al tanto de todo. Eso explicaba por qué había encontrado un nuevo pagaré. Sabía que regresaría a Londres. Sabía que podía volver a chantajearla.

—¿Cómo es lord Jack, Elsa? —quiso saber Anna.

Guapo. Alegre. Amigable, simpático, increíblemente atractivo. Atrevido y elegante. Amable. Honorable. Inocente. Por extraño que pareciera, inocente.

—No lo he tratado lo suficiente para haberme creado una impresión duradera —respondió.

Isabella volvió en ese momento con una bandeja que dejó en una mesa cercana al canapé.

—En fin —comentó su madre mientras servía el té—, ahora estás en casa, Elsa. Ese tiempo de tu vida forma parte del pasado y es mejor que la olvides. Tal vez el señor Kirby pueda ayudarte de nuevo. Conoce a mucha gente influyente. Y tus antiguos señores seguro que estarán dispuestos a darte una buena carta de recomendación, aunque los dejaras de una forma tan intempestiva.

Elsa negó con la cabeza cuando Isabella le ofreció las pastas. Tenía el estómago revuelto. Porque eso era, precisamente, lo que iba a ocurrir. Daniel Kirby no tardaría en ir a buscarla y acabarían acordando la reanudación de su antigua carrera. Entre ambos idearían una cortina de humo para evitar que su familia descubriera la verdad.

Tal vez, pensó mientras probaba el té y escuchaba la cháchara de Isabella sobre las últimas noticias de Hans, debería contarles la verdad. En ese mismo instante. Antes de que su vida volviera a convertirse en un entramado de mentiras y engaños.

Pero no podía hacerlo. Sus vidas quedarían arruinadas. El tío Wesley llevaba años ayudándolas. Su mujer murió muy joven un año después de casarse, durante el parto de su primer hijo, y él no volvió a contraer matrimonio. La familia de su hermana se convirtió en su familia. Los había apoyado con alegría, sin quejarse. Elsa no soportaba la idea de verlo destruido. Y tenía que pensar en Anna, Isabella y Hans, quienes debían disponer de un futuro lleno de perspectivas agradables. Su madre no gozaba de buena salud. No podría soportar semejante carga.

No, no podía hacerlo.











Si hay algún error ortográfico o en cuanto a la adaptación les agradecería me notifiquen. Buena noche.

Amante de nadie (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora