Jack no tardó mucho en comprender lo que sucedía: habían planeado su día con esmero, comenzando con el canto del gallo al rayar el alba. Posiblemente la culminación sería una espantosa cena en Pinewood Manor. Si el desayuno fue una muestra del ingenio de la cocinera a la hora de servir platos aptos para revolver el estómago, le convendría cenar en La Cabeza del Jabalí aunque allí tampoco lo acogieran con los brazos abiertos.
Lo extraño, reflexionaba mientras daba buena cuenta de un chuletón y de una empanada de riñones en uno de los comedores privados de la posada, era que casi había disfrutado del día. Casi, aunque no del todo. Porque ahí estaba Elsa Arendelle, una espina que llevaba clavada en la conciencia, aguándole la fiesta. Sin embargo, la cabalgada matinal había sido muy entretenida una vez que tanto su cuerpo como su mente se adaptaron al hecho de haberse levantado antes de que saliera el sol. Además, la conversación con Paxton y el apresurado vistazo a los libros de cuentas de la propiedad le habían resultado interesantes. Estaba deseando aprender más. Por lo poco que había visto, era evidente que a lo largo de esos dos años la propiedad había pasado de ser un negocio dilapidado, abandonado y cargado de deudas a todo lo contrario. Saltaba a la vista que Paxton era un administrador responsable.
También había disfrutado mucho conversando con los jornaleros y con los arrendatarios de la propiedad, separando los problemas reales de las quejas sin importancia, tomando nota de las distintas personalidades e identificando a los líderes y a los seguidores. Había disfrutado bromeando con ellos y observando cómo se derretía la hostilidad inicial. Paxton, por supuesto, había sido un hueso mucho más duro de roer. Era leal a la señorita Arendelle.
Siempre había evitado las visitas de cortesía, pero las de ese día le habían parecido muy amenas. Sobre todo porque cada una de las personas que se habían acercado a Pinewood Manor lo había hecho con el expreso propósito de aburrirlo mortalmente.
No obstante, siempre le habían fascinado los avances en la construcción de caminos. Y una conversación sobre ganado podía desviarse hacia una charla sobre caballos, que era uno de sus temas preferidos. Las damas que conformaban el grupo de costura se mostraron muy interesadas en escuchar que, cuando era pequeño, convenció a su niñera de que le enseñara a tejer con las agujas, de manera que al cabo de una semana ya tenía una bufanda que se iba estrechando porque no paraba de menguar puntos, pero que resultó tan larga como la habitación infantil una vez acabada y extendida en el suelo. En cuanto al alumno de la escuela del pueblo que había solicitado clases de latín... En fin, Jack se había licenciado en Oxford tras estudiar latín y griego. De modo que podía ofrecer sus servicios como profesor.
Todas las personas que había conocido ese día se habían propuesto odiarlo desde el primer momento. Muchas seguramente todavía lo hacían y era muy posible que nunca superaran los prejuicios. Su hostilidad era un tributo a Elsa Arendelle, que parecía haberse ganado el respeto e incluso el cariño de la gente durante los dos años que llevaba viviendo en Pinewood Manor. Sin embargo, Jack no pensaba ceder a la desesperación. Nunca había tenido dificultades para relacionarse con todo tipo de personas, y siempre había sido un hombre sociable.
Prefería pensar que iba a disfrutar mucho de la vida campestre.
El vicario le había comentado que el coro ensayaba esa noche. Su esposa incluso lo había invitado a participar, aunque quedó muy claro por su forma de decirlo que no esperaba que aceptase. Pero ¿por qué no?, pensó mientras apartaba el budín que le habían llevado de postre. Todavía no quería regresar a Pinewood Manor. Porque eso implicaría o bien una conversación con la señorita Arendelle en el salón o bien la necesidad de escabullirse a una estancia donde ella no estuviera. Y él jamás había huido de nadie. Tampoco quería pasar otra noche bebiendo en la taberna.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
Lãng mạnElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...