Elsa se arregló con sumo cuidado esa noche y escogió un vestido de seda azul claro, con talle imperio y amplio escote como dictaba la moda, pero sin ser excesivamente descarado ni tampoco recatado. Era uno de los vestidos que la señora Claypole había alabado. Le dijo a Hannah que le recogiera el pelo en un elegante moño. No llevaba joyas, solo un chal sobre los hombros. Ignoraba si lord Jack y el duque de Tresham iban a cenar en casa. Ignoraba si la echarían a patadas del comedor donde se encontraban. Pero no era una cobarde. No pensaba esconderse en su dormitorio. Ni tampoco se marcharía sin protestar en el caso de que intentaran librarse de su compañía durante la cena. Al fin y al cabo, seguía viviendo allí con la idea de que ese era su sitio, de que ellos eran los usurpadores. Todavía no le habían enseñado una prueba de lo contrario.
Los dos estaban en el comedor, ataviados con sendos fracs y camisas blancas. Como si fueran dos tétricos adoradores de Satanás. Al verla entrar se pusieron en pie e hicieron una reverencia.
Cenaron los tres en una desconcertante interpretación de urbanidad. Los caballeros se desvivieron por mostrarse educados, asegurándose de que tenía todo lo que necesitaba y de que no elegían un tema de conversación del que pudiera sentirse excluida. En otras circunstancias, pensó Elsa, incluso habría disfrutado. Pero las circunstancias eran las que eran. Se encontraba a solas con dos caballeros, algo muy escandaloso. Uno de ellos sabía quién era... o quién había sido. Era imposible advertir si el otro también estaba enterado. Pero pronto lo haría.
Más tarde, Elsa no supo muy bien qué habían servido de cena ni de cuántos platos se componía. Solo tuvo la impresión de que la señora Walsh se había superado a sí misma en deferencia a la presencia del duque en Pinewood Manor. La cena le resultó interminable y se puso en pie en cuanto pudo.
—Los dejo con su oporto, caballeros —dijo—. Si me disculpan, me retiro a mi habitación. Así que buenas noches. Me duele un poco la cabeza. ¿Le agrada el dormitorio que le han asignado, excelencia? ¿Tiene todo lo que necesita?
—Todo, muchas gracias —le aseguró el aludido.
—Señorita Arendelle —la llamó lord Jack Frost al tiempo que se sacaba una hoja doblada del bolsillo de la chaqueta—, ¿tendría la amabilidad de leer esto cuando pueda?
¿El testamento?, pensó. No obstante, era una única hoja. El testamento del conde de Bamber seguro que consistía en un grueso legajo.
—Sí. —Cogió el documento.
No era el testamento, descubrió al llegar a su habitación. Ni siquiera era una carta. Era una especie de declaración, escrita con una caligrafía angulosa y tinta negra. En ella se aseguraba que aunque no se podía realizar una copia del testamento del conde de Bamber y ninguna persona ajena a Su Ilustrísima podía ver el documento, se le había concedido la oportunidad al duque de Tresham de leerlo en su totalidad, tras haber sido aceptado el hecho de que era parte interesada. La declaración aseguraba que no quedaba la menor duda de que en el testamento no se hacía mención alguna a Pinewood Manor, en Somersetshire, ni a la señorita Elsa Arendelle. El documento contaba con la firma del duque, realizada con la misma caligrafía que el resto de la declaración, y por George Westinghouse, el abogado del difunto conde de Bamber.
Elsa dobló la hoja y la sostuvo en el regazo un buen rato con la vista clavada al frente. Era imposible que el conde hubiera cambiado de opinión. Y tampoco se le habría olvidado. Era consciente de su grave estado de salud. No esperaba vivir más de un par de meses. No se le había olvidado.
No iba a perder la fe en él, otra vez no.
Debían de haber cambiado el testamento sin su conocimiento. Sin embargo, para ella era imposible demostrarlo, por supuesto. Y eso quería decir que había perdido Pinewood Manor. ¡Qué triste se pondría si se enterara! En ese mismo momento se sentía tan triste por él como por ella, y también se sentía entumecida. Él la había creído a salvo, con la vida resuelta. Estaba muy contento, casi feliz, cuando se despidió de ella para siempre, porque ambos sabían que era para siempre.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Elsa y le humedeció el vestido.
El duque de Tresham solo se quedó hasta primera hora de la tarde del día siguiente. Quería ver la casa, los campos y la granja que abastecía a la propiedad, algo que Jack le enseñó por la mañana, ya que estaba ansioso por regresar a Londres con su familia. El bebé tenía cólico, le explicó, y Toothie necesitaba su apoyo durante las dificultosas noches. Jack escuchó la explicación con cierta fascinación, pero sin comentar nada. ¿Acaso no era trabajo de la niñera quedarse levantada por las noches si el niño estaba inquieto? ¿De verdad permitía Tresham que un niño le quitara el sueño?
¿Era posible que un matrimonio aparentemente por amor continuara siendo sólido después de cuatro años? ¿Tratándose de Tresham, nada más y nada menos? ¿Era posible que siguiera enamorado de su mujer? ¿Que siguiera siéndole fiel a Toothie? ¿Le era fiel ella? Incluso en ese momento, después de haberle dado a Tresham dos hijos (el heredero y su sustituto, hablando en plata). Toothie era una mujer guapa, y con bastante genio.
¿De verdad existía el amor conyugal eterno? ¿Incluso en su propia familia?
Sin embargo, ya era demasiado tarde para interesarse por la respuesta. Un día demasiado tarde. El día anterior había sido Elsa Arendelle, íntegra, preciosa, inocente. Ese día era Lilian Talbot, guapa, experimentada... y podrida hasta lo más hondo de su frío corazón.
—Ojalá me hubieras dejado decirle unas cuantas cosas esta mañana, Jack —dijo el duque una vez que estuvieron junto a su carruaje—. Te falta el carácter necesario para llevar a cabo tareas desagradables. Y estás emocionalmente involucrado. A estas alturas yo ya la habría echado de aquí.
—Pinewood Manor es mío, Tresham —afirmó Jack con firmeza—. Y todo lo relacionado con la propiedad, problemas incluidos.
—Acepta mi consejo y no permitas que pase otra noche aquí. —Su hermano soltó una breve carcajada—. Pero los Frost nunca aceptamos consejos, ¿verdad? ¿Te veremos en Londres antes de que acabe la temporada social?
—No lo sé —contestó Jack—. Probablemente. A lo mejor no.
—Una respuesta contundente, desde luego —replicó Tresham con sorna al tiempo que entraba en el carruaje.
Jack se despidió con la mano y observó cómo el carruaje desaparecía entre los árboles. A continuación, entró en la casa con paso firme. Ya era hora de librarse de la intrusa. Ya era hora de endurecer su corazón y de comportarse como un hombre. Como un Frost.
El mayordomo se encontraba en el vestíbulo, aguardando sus órdenes.
—Jarvey —dijo Jack con seriedad—, que la señorita Arendelle baje a la biblioteca ahora mismo. —Sin embargo, se detuvo al colocar la mano en el pomo de la puerta, cuando el mayordomo ya estaba en el segundo escalón—. Jarvey, pídele a la señorita Arendelle que baje a la biblioteca en cuanto le sea posible.
—Sí, milord.
Si hay algún error ortográfico o en cuanto a la adaptación les agradecería me notifiquen. Buen día.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...