Para Elsa fue una semana rayana en la desesperación. Una semana en la que se vio obligada a abandonar, uno a uno, todos los cómodos prejuicios negativos que albergaba sobre lord Jack. Lo había tomado por un manirroto a quien no le preocupaba el bienestar de la propiedad ni el del pueblo. Sus actos demostraron que se equivocaba en ambos aspectos. Lo había tomado por un derrochador a dos velas, el hijo menor de un duque que apostaba sin conocimiento y que posiblemente tuviera unas deudas inmensas. Sin embargo, estaba dispuesto a construir casas nuevas para los jornaleros de la granja, según le había informado el señor Paxton. De su bolsillo. Y también iba a pagar la mitad del coste de la reparación del tejado de la escuela.
No lo ahuyentaría ni con absurdas travesuras ni se iría por aburrimiento. Elsa sospechaba que gustaba a la mayoría de los vecinos. Y era obvio que se estaba granjeando la amistad de estos. En otras circunstancias, pensó a regañadientes, podría incluso haber llegado a congeniar con él. Parecía un buen hombre. Y tenía sentido del humor.
Claro que era un vago y un cabeza hueca. Se aferró a esa idea después de verse obligada a desechar todas las demás. Sin embargo, tuvo que abandonarla también antes de que la semana llegara a su fin.
La mañana acordada, el maestro ordenó a los niños en fila y así caminaron desde el pueblo hasta Pinewood Manor, donde impartiría las clases en el salón. Tal como acostumbraba a hacer, Elsa ayudó a los más pequeños a practicar la caligrafía. No obstante, en cuanto comenzó la clase de historia que era común para todos, bajó a la biblioteca para ver si había llegado alguna carta.
La biblioteca se encontraba ocupada. Lord Jack estaba sentado a un lado del escritorio con uno de los alumnos de más edad enfrente.
—Lo siento —dijo, sobresaltada.
—No pasa nada —replicó él, que se puso en pie con una sonrisa. Con esa sonrisa deslumbrante que comenzaba a pasarle factura tanto a su estómago como a sus horas de sueño—. Jamie llega tarde a la clase de historia. Así que vete, muchacho.
El niño pasó junto a Elsa corriendo, pero la saludó con una inclinación de cabeza.
—¿Qué hacía aquí? —quiso saber ella.
—Aprender un poco de latín —contestó lord Jack—. Podría pensarse que al hijo de un jornalero que algún día ocupará el lugar de su padre no va a servirle de mucho, pero los deseos del intelecto no entienden de justificaciones.
—¿Latín? —Ella estaba al tanto de la inteligencia y de las ambiciones escolares de Jamie, aunque su padre no las veía con buenos ojos y tampoco podía permitírselas—. Pero ¿quién va a enseñárselo?
Lord Jack se encogió de hombros.
—Su humilde servidor, aquí presente —contestó—. Un poco vergonzoso admitirlo, ¿verdad? En fin, me especialicé en latín en Oxford. En latín y en griego. De haber seguido con vida, mi padre se habría avergonzado de mí.
Los caballeros iban a Oxford o a Cambridge a estudiar, salvo que se decantaran por una carrera militar. Sin embargo, casi todos iban con el propósito de relacionarse con sus pares y divertirse... o eso tenía entendido ella.
—Supongo que le fue bien —comentó con más brusquedad de la que pretendía.
—Matrícula de honor en ambas lenguas. —Lord Jack esbozó una sonrisa tímida.
Matrícula de honor. En latín y en griego.
—Tengo el cerebro tan lleno de polvo procedente de los libros que si me golpea la cabeza, verá cómo me sale por las orejas y por la nariz —bromeó.
—¿Y por qué ha estado malgastando el tiempo trepando a los tejados por las noches y apostando?
—¿Locuras de juventud? —sugirió, mirándola a los ojos con una expresión risueña.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...