Viajaban hacia Londres en el carruaje de Jack. Los demás miembros de la comitiva lo hacían a caballo o en su tílburi. Estaban sentados el uno junto al otro, tan separados como se lo permitía el interior del vehículo, mirando por sus respectivas ventanillas. No se habían dirigido la palabra desde hacía una hora. Comenzaba a anochecer.
Jack no se sentía como imaginaba que debería sentirse un hombre con una nueva amante. Claro que ella no había accedido a ocupar dicha posición. Y también se había negado tajantemente a volver a Pinewood Manor. Había insistido en pagarse la habitación de la posada y había intentado comprar su billete y el de su doncella para el coche de postas que saldría en dirección a Londres. Eso sucedió después del desayuno. Jack la amenazó con recurrir de nuevo al cuento de la esposa fugitiva si lo intentaba. La amenazó con colocársela sobre las rodillas y darle una buena azotaina en el trasero, consciente de que no habría hombre o mujer en la posada que no lo aplaudiera.
Ella se había vengado mirándolo con gesto glacial y asegurándole que como le pusiera un solo dedo encima, le explicaría a todo el mundo los motivos por los que había abandonado a su esposo. Le aseguró que no le gustaría comprobar lo imaginativa que podía llegar a ser, pero que si le apetecía, se iba a llevar una sorpresa. No obstante, añadió, aceptaría que la acompañara a Londres en su carruaje puesto que había sido el culpable de que perdiera el coche de postas del día anterior, cuyo billete había pagado.
—Supongo que no ha analizado todo esto a fondo, ¿a que no? —le preguntó en ese momento—. Supongo que no sabe adónde va a llevarme. No podemos ir a un hotel. No sería respetable. No puede llevarme a sus aposentos de soltero. Sus vecinos lo considerarían un escándalo. Yo no tengo ningún lugar donde alojarme en Londres desde hace dos años.
—Te equivocas —le aseguró él—. Por supuesto que sé adónde llevarte. Vas a ser mi amante, y vivirás con todo el lujo que la posición merece. De momento, se me ha ocurrido el lugar perfecto donde pasar esta noche y unos cuantos días más.
—Supongo que será la casa donde aloja a sus amantes —aventuró ella.
—Pues no —replicó Jack—. No tengo por costumbre mantener amantes. Prefiero... En fin, no importa. —Elsa se había vuelto para mirarlo con una expresión un tanto burlona. Era una experta en componer dicha expresión y siempre conseguía irritarlo, porque lograba que se sintiera como un torpe colegial—. La casa es de Tresham.
—¿De su hermano? —preguntó ella enarcando las cejas—. ¿La casa donde instala a sus amantes? ¿Seguro que no está ocupada?
—Es la casa donde instalaba a sus amantes —puntualizó él—. Antes de su matrimonio. No sé por qué no la ha vendido; pero según tengo entendido, la conserva.
—¿Cuánto tiempo lleva casado el duque? —preguntó Elsa.
—Cuatro años —respondió.
—¿Y está seguro de que la casa no está ocupada? —insistió ella.
Mejor sería que no lo estuviera, pensó. Porque si lo estaba, se encargaría de que Tresham acabara con la nariz incrustada en la cabeza. Claro que no era habitual que un hombre retara a duelo a su hermano por haberle sido infiel a su cuñada. Sin embargo, hasta ese momento no fue consciente de lo mucho que dependía de Tresham para recuperar su fe en el amor y en el matrimonio. Porque el de su hermano había sido ciertamente un matrimonio por amor. Aunque ¿sería capaz de soportar el paso del tiempo? Tresham siempre había cambiado de amante a una velocidad pasmosa.
—En el fondo no está seguro, ¿verdad? —le preguntó Elsa—. Será mejor que me deje en un hotel barato pero limpio, lord Jack. Después podrá marcharse a Pinewood Manor o quedarse en Londres para continuar con su vida cotidiana y olvidarme. No soy responsabilidad suya.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...