Elsa leía a la mañana siguiente mientras su madre le enseñaba aritmética a Isabella. En realidad, tenía el libro abierto sobre el regazo e incluso se acordaba de pasar la página de vez en cuando, pero se notaba las manos heladas, y el corazón y la cabeza parecían a punto de estallarle.
Todo lo que necesitaba estaba en el trozo de papel que tenía entre las manos. Por las tardes un coche de postas partía desde otra posada hacia el oeste. Podría marcharse. Hannah ya había hecho el equipaje. Su madre se llevaría una decepción, por supuesto. Estaba emocionada por la idea de tomar el té en Frost House. Creía que lord Jack volvería a pedirle matrimonio y que en esa ocasión ella tendría el buen juicio de aceptar. Sin embargo, iba a defraudarla.
Sin duda alguna Su Excelencia iría a ver a Daniel Kirby a lo largo de esa mañana. O tal vez hubiera ido el día anterior, pero había esperado hasta ese día para mandarle el documento firmado. Estaba segura de que no la dejaría en la estacada, ya que la alternativa era tener a Lilian Talbot por cuñada.
Pasó de página con una mano fría y sudorosa.
Y en ese momento la puerta de la salita se abrió y apareció Anna, con una carta en la mano. Elsa se puso en pie de un salto, dejando caer el libro al suelo.
—¿Es para mí? —preguntó con voz chillona.
—Sí. La ha traído un mensajero. —Anna estaba sonriendo—. A lo mejor es del señor Kirby, Elsa. A lo mejor te ha encontrado un empleo.
Elsa le quitó la carta a su hermana. Su nombre estaba escrito en el exterior con letra angulosa, la del duque, que ya conocía por el documento que leyó en Pinewood Manor.
—La leeré en mi habitación —dijo, y salió a toda prisa antes de que pudieran protestar.
Le temblaban las manos cuando se dejó caer en la cama y rompió el sello. Hannah y ella montarían en el coche de postas de esa tarde.
Jamás volvería a verlo.
Sobre su regazo cayeron dos documentos. No les prestó atención ya que se dispuso a leer la breve nota escrita en la hoja que hacía las veces de sobre.
Felicidades. Ambos documentos fueron registrados en el despacho de un abogado de York poco antes de que el difunto conde de Bamber muriera.
J. Frost
Después de todo, era la letra de Jack.
Cogió el primer documento que descansaba sobre su regazo y lo abrió.
¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios! ¡Ay, Dios!
Le tembló tanto la mano que tuvo que aferrar el papel también con la otra. Era el recibo que su padre había obligado a firmar a Daniel Kirby, donde aseguraba que se habían pagado todas las deudas del difunto Clarence Wilding. Las firmas de ambos estaban bien legibles. Así como las firmas de los dos testigos.
Era libre. Todos eran libres.
Sin embargo, también tenía que leer el otro documento. Soltó el que acababa de leer en la cama y desdobló la segunda hoja. Mantuvo la vista clavada en ella hasta que se le nubló y se le escapó una lágrima que cayó sobre el papel. Nunca había dudado de él. Ni siquiera un momento. Pero era muy dulce, mucho, tener entre las manos la prueba de que su confianza era justificada.
Padre. ¡Ay, papá, papá!, pensó.
Estaba llorando a lágrima viva cuando se abrió la puerta del dormitorio y su madre asomó la cabeza, aunque enseguida acudió a su lado.
—¿Elsa? —le dijo—. Ay, cariño, ¿qué pasa? ¿Es una carta de la duquesa? ¿Ha cambiado de idea sobre lo de esta tarde? No importa, de verdad que no. ¡Ay, Dios!, ¿qué sucede?
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...