Era media mañana cuando Jack se encaminó a las oficinas de Selby y Braithwaite. Por suerte, Selby se quedó libre y pudo atenderlo cinco minutos después de que llegara.
—Milord —lo saludó el abogado, que lo recibió en la puerta de su despacho y le estrechó la mano con afabilidad—, ha vuelto a Londres para disfrutar del resto de la temporada social, ¿verdad? Espero que Pinewood Manor haya resultado de su agrado. Me he enterado por el duque de los pequeños inconvenientes con los que se encontró al llegar, pero confío en que ya se haya solucionado todo. Siéntese y dígame en qué puedo ayudarlo.
Matthew Selby, un hombre de mediana edad, amable y de pelo encrespado, era la viva imagen del respetable padre de familia. También era uno de los abogados más tenaces de todo Londres.
—Selby, puede ayudarme transfiriendo la propiedad de Pinewood Manor a la señorita Elsa Arendelle. Quiero que se haga legalmente y por escrito para que no queden dudas sobre el asunto.
—Es la dama que usted encontró residiendo en la propiedad —precisó el abogado con el ceño fruncido—. Su Excelencia mencionó su nombre. No tiene derecho legal sobre la propiedad, milord. Aunque Su Excelencia insistió en visitar las oficinas de Westinghouse e Hijos en persona, yo también realicé mi propia investigación, dado que lo tengo por un buen cliente.
—Si ella tuviera algún derecho legal, esta conversación sería innecesaria, ¿no le parece? —replicó Jack—. Prepare los documentos necesarios para que los firme. Quiero que se haga hoy.
Selby se quitó los anteojos, que solía llevar a media altura sobre la nariz, y miró a Jack con preocupación paternal, como si fuera un niño incapaz de tomar una decisión racional por su cuenta.
—Si me permite el atrevimiento, milord —dijo el hombre—, ¿no debería consultar el asunto con el duque de Tresham antes de tomar una decisión apresurada?
Jack lo atravesó con la mirada.
—¿Tresham tiene algún derecho sobre Pinewood Manor? —preguntó—. ¿Es mi tutor legal?
—Le pido disculpas, milord —dijo Selby—, pero creo que podría ayudarlo a tomar una decisión acertada.
—¿Está de acuerdo en que Pinewood Manor es mío? —insistió Jack—. Acaba de decirlo. Investigó el asunto y descubrió que no hay duda alguna al respecto.
—Ni la más remota, milord. Pero...
—En ese caso, estoy en mi derecho de regalar Pinewood Manor —lo interrumpió Jack—. Y voy a regalarlo. A la señorita Elsa Arendelle. Quiero que prepare el papeleo, Selby, para quedarme tranquilo sabiendo que todo está en orden. No quiero que dentro de dos años aparezca de repente alguien en Pinewood Manor diciendo que ha ganado la dichosa propiedad en una partida de cartas y la eche a patadas. Ahora bien, ¿prepara los documentos o me voy a otra parte?
Selby lo miró desde el otro lado del escritorio con expresión de reproche al tiempo que se colocaba de nuevo los anteojos.
—Ya me encargo yo, milord —respondió.
—Bien. —Jack se acomodó en la silla y cruzó las piernas a la altura de los tobillos—. Pues hágalo. Esperaré aquí mismo.
Mientras lo hacía, sus pensamientos volaron a Pinewood Manor y a Trellick. El coro ensayaría sin él esa semana. Jamie no recibiría sus clases de latín. Las señoras tendrían que forzar la vista cosiendo en el pésimamente iluminado salón parroquial en vez de hacerlo en el salón de Pinewood Manor. La construcción de las casas de los jornaleros sufriría un retraso... Y recordó cierto lugar de la orilla del río donde el agua remolineaba, y donde las margaritas y los ranúnculos crecían entre la hierba. Recordó la ladera de una colina por la que una mujer había bajado corriendo entre carcajadas. Recordó a una muchacha con margaritas en el pelo.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...