Hacerla participar en la clase de críquet había sido un error. Como también lo había sido enseñarle a lanzar una pelota por encima del hombro y pegarse a ella por detrás para demostrarle el movimiento correcto del brazo. De repente, tuvo la sensación de que estaban en mitad de una ola de calor en julio. Sin embargo, su risa y su exuberante alegría cuando por fin consiguió lanzar la pelota como debía fueron mucho más peligrosas que su atractivo sexual. Porque se volvió para mirarlo con una sonrisa deslumbrante y a él le costó la misma vida no cogerla en volandas y hacerla girar mientras reían a carcajadas.
Y encima acababa de invitarla a dar un paseo con él.
Salió de la casa con un bonete de paja en la cabeza que se ajustaba al rodete de una forma muy favorecedora. Se había atado las cintas de color turquesa claro, el mismo color de su vestido, con un enorme lazo bajo la oreja izquierda. Estaba guapísima, pensó.
Hablaron de trivialidades hasta que llegaron a la avenida que discurría tras la casa. Se había convertido en su zona preferida de la propiedad. Era amplia, se hallaba cubierta de hierba y la flanqueaban sendas hileras de tilos. La tierra estaba blanda y la hierba, fresca bajo los pies. Los insectos zumbaban entre las briznas y los pájaros trinaban en los árboles.
Ella caminaba con las manos entrelazadas a la espalda. Apenas podía verle la cara, oculta tras el ala del bonete. Lo peor del asunto, pensó, era que iba a echarla de menos cuando se fuera.
—Lleva un tiempo ayudando al maestro del pueblo —comentó—. ¿Dónde estudió?
—Mi madre me enseñó —contestó ella.
—Según me ha comentado Paxton, ha estado encargándose de los libros de cuentas —siguió.
—Sí.
—Y ha asumido un papel activo en la gestión de la propiedad.
—Sí.
Era consciente de que ella no iba a proporcionarle información acerca de ese tema. Tal vez acerca de ningún tema. Sin embargo, lo miró justo cuando ese pensamiento se formaba en su cabeza.
—¿Por qué quiere Pinewood Manor, lord Jack? —quiso saber—. ¿Porque lo ha ganado y cree que es suyo? No es una propiedad muy grande y está lejos de Londres y de la clase de vida que parece haber disfrutado en la ciudad. También está bastante alejada de cualquier centro intelectual. ¿Qué puede haber aquí para usted?
Jack inspiró hondo para llenarse de los olores de la naturaleza mientras reflexionaba sobre la respuesta.
—La sensación de plenitud —contestó—. Nunca he sentido celos de mi hermano mayor. Siempre supe que Acton Park y todas las propiedades pasarían a manos de Tresham y que yo sería otro de tantos hijos menores sin tierras. Me planteé varias profesiones, incluso el mundo académico. Mi padre, de haber vivido, habría insistido en que me labrara una carrera militar en algún prestigioso regimiento de caballería. Es lo que siempre han hecho los hijos menores de los Frost. Nunca he sabido qué quiero hacer con el resto de mi vida... hasta ahora. Verá, ahora lo sé. Quiero ser un terrateniente.
—¿Es rico? —preguntó ella—. Debe de serlo.
Jack no se lo tomó como una pregunta impertinente.
—Sí —respondió.
—¿Muy rico?
—Sí.
—¿Y no podría comprar tierras en otra parte? —Ella tenía la cabeza ladeada y miraba hacia el lado contrario, de modo que no podía verle la cara.
—¿En vez de quedarme en Pinewood Manor, quiere decir? —le preguntó a su vez. Por extraño que pareciera, comprar tierras y sentar la cabeza era algo que nunca se había planteado—. Pero ¿por qué hacerlo? ¿Y qué hago con esta propiedad? ¿Vendérsela? ¿Dársela?
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...