Capítulo 1

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El pintoresco pueblo de Trellick, guarecido en el valle de un río en Somersetshire, solía ser un remanso de paz. Sin embargo, ese día en concreto no lo era. A media tarde, todos sus habitantes, más todos los vecinos de la comarca que se extendía varios kilómetros a la redonda, parecían estar en el prado del pueblo, disfrutando de la diversión.

El palo de mayo que se alzaba en el centro del lugar, con sus coloridas cintas meciéndose en la brisa, proclamaba la naturaleza de la fiesta. Se celebraban las festividades del Primero de Mayo. Más avanzada la tarde, los jóvenes bailarían alrededor del palo con las parejas que hubieran elegido, tal como acostumbraban a hacer año tras año con gran vigor y entusiasmo.

Entretanto en el prado se celebraban carreras y otras competiciones, de ahí que estuviera tan concurrido. Dispuestos en torno al prado, los tenderos ofrecían sus productos: deliciosos manjares, vistosas baratijas o estimulantes juegos de habilidad, fuerza o fortuna.

El tiempo colaboraba, ya que lucía el sol y no había ni una sola nube en el cielo azul. Las mujeres y las niñas habían abandonado los chales y las pellizas que llevaban por la mañana. Unos cuantos hombres y la mayoría de los niños estaban en mangas de camisa porque muchos habían participado en las extenuantes competiciones. Habían sacado mesas y sillas del salón parroquial para poder servir el té y las tartas sin perder ningún detalle de las celebraciones. Y para no ser menos, al otro lado del prado del pueblo, la posada La Cabeza del Jabalí también había dispuesto mesas y bancos para comodidad de aquellos que prefirieran la cerveza al té.

Unos cuantos forasteros que pasaban por el pueblo de camino a algún destino desconocido se detuvieron un rato para observar el festejo e incluso, en algunos casos, para participar en él antes de retomar el camino.

Uno de dichos forasteros cabalgaba despacio hasta el prado del pueblo por el camino principal mientras Elsa Arendelle les servía el té a las señoritas Merrywether. Si el hombre no hubiera ido a caballo, Elsa no lo habría visto por encima de las cabezas de los asistentes. El caso fue que alzó la vista, lo miró un instante y decidió observarlo con más atención.

Era evidente que se trataba de un caballero. Más concretamente de un caballero vestido muy a la moda. Su chaqueta de montar azul oscuro parecía haber sido moldeada a su figura. La camisa que llevaba debajo era de un blanco inmaculado. Los pantalones de cuero negro se amoldaban a sus largas piernas como una segunda piel. Las botas de montar relucían, y seguro que eran obra del mejor de los zapateros. Pero no fue tanto la ropa como el hombre que la llevaba lo que atrajo la atención de Elsa y provocó su fascinación. Era un hombre joven, delgado, y guapo. Mientras lo miraba, él echó hacia atrás el sombrero de copa. Y lo vio sonreír.

—Señorita Arendelle —dijo la señorita Ariel Merrywether—, no debería estar sirviendo el té. Más bien deberíamos ser nosotras quienes se lo sirviéramos a usted. Seguro que lleva todo el día corriendo de un lado para otro.

Elsa la tranquilizó con una sonrisa amable.

—Pero estoy disfrutando —le aseguró—. ¿Verdad que hemos tenido mucha suerte con este día tan bueno?

Cuando volvió a mirar, el forastero había desaparecido de su vista, aunque no se había marchado. Uno de los muchachos que trabajaba de mozo de cuadra en los establos de la posada llevaba su caballo de las riendas.

—Señorita E —dijo una voz conocida a su espalda, y ella se volvió con una sonrisa para hablar con la mujer regordeta y bajita que la había tocado en el hombro—, la carrera de sacos está a punto de empezar y la necesitan para que dé usted la salida y entregue los premios. Yo seguiré sirviendo el té.

—¿Serías tan amable, Hannah? —Elsa le entregó la tetera y se apresuró hacia el prado, donde un grupo de niños estaba metiendo las piernas en sus respectivos sacos y atándoselos a la cintura.

Amante de nadie (Adaptación Jelsa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora