Jack no durmió, pensando que había fracasado de forma estrepitosa. De haber calculado el tiempo, cosa que gracias a Dios no había hecho, habría confirmado la humillante verdad: que apenas había durado un minuto de principio a fin. Menos de un minuto entre la penetración y el orgasmo. Estaba avergonzado. No había imaginado lo que se sentiría al hundirse en su húmedo y ardiente interior. Había supuesto lo que podía sentir, pero sus expectativas se habían quedado muy cortas en comparación con la realidad.
Había querido ser tierno con ella. Había querido que Elsa sintiera que estaba haciendo algo por ella, que no se trataba solo de satisfacer su propio deseo. Había querido hacerla sentir como una mujer, no como una puta.
En cambio, había durado menos que un colegial sin experiencia.
Elsa tenía la cabeza apoyada en el hueco que quedaba entre su hombro y su cuello. Parecía estar dormida, una señal que resultaba prometedora. La besó en la coronilla y enterró la mano libre en su preciosa y abundante melena.
Pese a la vergüenza, sentía cierto alivio. Tenía veintisiete años. Siempre había sabido, desde que era un niño, que jamás podría casarse porque entre los miembros de su clase social no existía lo que se conocía por «fidelidad conyugal». Y la idea de la infidelidad conyugal siempre lo había asqueado. Sin embargo, durante su etapa universitaria descubrió con gran espanto que a pesar de tener un deseo sexual saludable, no podía satisfacerlo con una puta. Lo intentó en varias ocasiones. Visitó burdeles con sus amigos y acabó pagando a la muchacha en cuestión solo por el tiempo que habían pasado hablando. La idea de compartir ese acto físico sin el componente emocional lo dejaba frío. La idea de hacerlo con una puta, que carecía de sentimientos, le provocaba escalofríos.
De modo que empezó a pensar que le pasaba algo malo. Al menos había descubierto por fin que era capaz de hacerlo. En menos de un minuto. Hizo una mueca. ¡Por el amor de Dios! Seguro que había batido algún récord.
Deseó haber podido satisfacerla más plenamente. Elsa necesitaba consuelo y él se lo había ofrecido. Había sido algo más que sexo. Sí, estaba seguro.
—Mmmm —la oyó murmurar con un largo suspiro mientras se desperezaba contra él.
Jack sintió que el deseo volvía a hacer mella en él y sonrió al verla echar la cabeza hacia atrás para mirarlo. La luna iluminaba su rostro.
—Elsa.
—Sí.
Aunque esperaba que ella le recriminara su incompetencia como amante, parecía casi feliz. Comenzaba a tener otra erección. Ella debía de notarlo porque estaba pegada a su cuerpo, pero no se alejó. Ansiaba volver a hundirse en ella, volver a experimentar esa sensación, comprobar si era capaz de prolongar la experiencia más de un minuto.
Y entonces Elsa se movió. Se arrodilló a su lado. Se sintió ridículo. Era evidente que con una vez había tenido suficiente.
—Túmbate de espaldas —la oyó decir.
Al principio, Jack se asustó. La luz de la luna resaltaba su gloriosa belleza: pechos firmes y voluptuosos; cintura estrecha; caderas muy femeninas; piernas torneadas; y esa melena que le caía suelta por la espalda y que parecía un halo oscuro en torno a su rostro. Sin embargo, la luz de la luna también le iluminaba la cara. Y no había ni rastro de la sonrisa desdeñosa que tanto había temido ver. No estaba interpretando el papel de cortesana.
La obedeció y se tumbó de espaldas. Elsa se colocó a horcajadas sobre sus caderas y se inclinó sobre su torso, apoyándose en las manos que colocó a ambos lados de su cabeza. Su pelo lo rodeó como una fragante cortina. Sintió el roce de sus pezones en el pecho mientras lo besaba con pasión y su erección se tornó dolorosa.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...