Durante los dos días siguientes Elsa retomó sus actividades diarias con su habitual energía y su alegre sonrisa, aunque tanto sus pensamientos como sus emociones fueran caóticos. Tal vez, reflexionaba en ocasiones, debería irse a alguna parte que no fuera Londres y buscar empleo. Sin embargo, Hannah y su familia tendrían que apañárselas solas. ¿Por qué tenía que cargar ella con toda la responsabilidad? No obstante, la idea de dejar a su familia a su suerte le provocaba un sentimiento de culpa abrumador.
Podía ganar Pinewood Manor con esa apuesta y la vida volvería a la normalidad... pero no soportaba la idea de seducir a lord Jack, la asqueaba y hacía que se odiara a sí misma. Era un hombre decente.
Quedarse en Pinewood Manor no solo era una cuestión económica. Se trataba de su hogar, de su herencia. Era incapaz de hacerse a la idea de abandonarlo.
Faltaban dos días para decidir si ganaba la apuesta o abandonaba Pinewood Manor, ya habían pasado tres días desde el baile, cuando el asunto se complicó enormemente con la llegada de otra carta de Anna. La encontró en el escritorio de la biblioteca después de volver de un paseo matutino por la avenida. La cogió con alegría y se la llevó al jardín de los setos. Tras comprobar que el banco que rodeaba la fuente estaba seco, se sentó. Había llovido el día anterior, aunque ese día el sol brillaba de nuevo.
Todo el mundo estaba bien, decía Anna. Trabajaba todos los días para su tío. Lo que más le gustaba era servir café en el salón destinado a tal fin, donde conocía a muchos viajeros y podía hablar con ellos y con los lugareños que acudían regularmente. Un caballero en particular había comenzado a frecuentar la posada. Era muy agradable y siempre le agradecía su servicio con una generosa propina. Al principio no lo había reconocido, ya que llevaba muchos años sin verlo, pero su madre y el tío Wesley sí.
Elsa agarró la hoja de papel con ambas manos y de repente se le aceleró el corazón. Presintió lo que estaba a punto de leer antes incluso de que sus ojos se posaran en las palabras.
La carta continuaba de la siguiente manera:
Es el señor Kirby, el caballero que solía frecuentar la posada cuando tú trabajabas aquí y que tuvo la amabilidad de recomendarte para el puesto de institutriz en casa de sus amigos. Mamá y el tío Wesley se han alegrado mucho al verlo de nuevo.
Elsa cerró los ojos con fuerza. Daniel Kirby. Por el amor de Dios, ¿qué hacía de nuevo en la posada de su tío? Abrió los ojos y siguió leyendo.
Ha preguntado por ti. Se ha enterado de que dejaste tu empleo, pero no sabía que estabas viviendo en el campo. Ayer me dio un mensaje para ti. A ver si me acuerdo bien, porque quiero decírtelo sin olvidarme de nada. Hizo que se lo repitiera. Me dijo que espera que vuelvas pronto a la ciudad de visita. Que ha descubierto otro documento que estaba seguro de que sería de tu interés. Me dijo que tú sabrías a qué se refería. También me dijo que si a ti no te interesa verlo, me lo enseñaría a mí. ¿A que es muy irritante? Porque ahora me muero de ganas de saber lo que pone en el documento. Pero se negó a decírmelo por mucho que le supliqué. Se limitó a echarse a reír y a tomarme el pelo. Así que, como puedes ver, querida Elsa, no somos los únicos que deseamos volver a verte...
Elsa dejó de leer.
«Otro documento.» Sí, claro que sabía a qué se refería. Había «descubierto» otro pagaré, aunque había jurado por escrito que ya los había cobrado todos, que todas las deudas estaban saldadas. Eran las numerosas facturas impagadas de su padrastro, pagarés por deudas de juego en su mayoría, que el señor Kirby había comprado tras su muerte.
Después de que la familia de Elsa se mudara a la posada, Daniel Kirby se convirtió en un cliente asiduo de El Caballo Blanco. Era un hombre muy amable, muy educado, muy generoso. Un día le contó a Elsa que podía encontrarle un trabajo mucho más interesante del que desempeñaba. Tenía unos amigos, recién llegados a la ciudad, que necesitaban una institutriz para sus cuatro hijos. Preferían a alguien con una recomendación personal antes que acudir a una agencia o buscar en los anuncios de los periódicos. Si ella quería, podía organizar una entrevista, se ofreció.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
Roman d'amourElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...