Elsa deambuló por la avenida hasta que se sintió lo bastante calmada para arriesgarse a tropezarse con alguien. Había hablado con él casi como si fueran amigos. Había permitido que la besara. Sí, lo había permitido. En cuanto él le quitó la guirnalda de las manos y se la colocó en la cabeza, supo de algún modo que iba a hacerlo. Podría habérselo impedido. Pero no lo hizo. Había estado luchando contra los estragos que su atractivo le causaba a su respiración, a su corazón y a sus nervios durante todo el tiempo que lo tuvo sentado a su lado, o más bien medio recostado.
No quería que le resultase atractivo. Quería odiarlo. De hecho, lo odiaba.
Volvió a pensar con mucho esfuerzo en la carta al tiempo que se metía la mano en el bolsillo y la apretaba con los dedos. La respuesta era no, de nuevo.
Agradecemos muchísimo tu invitación. Tenemos muchísimas ganas de volver a verte después de tanto tiempo. Dos años es demasiado. Pero mamá me ha pedido que te comunique en su nombre nuestro más sincero pesar y que te explique por qué no podemos ir. Cree que le debemos demasiado a nuestro tío, sobre todo ahora que ha tenido la amabilidad de mandar a Hans al colegio. Considera necesario quedarnos aquí y ayudarlo en todo lo posible. Pero te echa muchísimo de menos, Elsa. Todos te echamos de menos.
Eso decía la carta que le había escrito su hermana.
Elsa se sentía perdida. Lo que la afectaba no era tanto el hecho de estar sola, ya que había aprendido a controlar esa sensación distrayéndose con un sinfín de actividades y con sus amistades de la localidad, sino la terrible soledad. Nunca irían a verla. ¿Por qué mantenía viva la esperanza de que algún día lo hicieran?
Su mayor anhelo al mudarse a Pinewood Manor era que a su madre se le pasara el enfado en breve y se olvidara de la agria discusión que mantuvieron por el hecho de haber aceptado el regalo del conde. Anhelaba que su madre se fuera a vivir con ella, acompañada de sus hermanastros: Anna y los gemelos, Isabella y Hans. Sin embargo, su madre no estaba preparada para perdonarla, al menos no hasta el punto de ir a Pinewood Manor.
Su madre y los niños, aunque Anna ya tenía quince años y los gemelos, doce, carecían de casa propia. El padrastro de Elsa había muerto cuando ella tenía dieciocho años y a su familia solo le había dejado deudas que el tío Wesley, el hermano de su madre, había pagado. Se los llevó a todos a vivir a la casa de postas de su propiedad y allí estaban desde entonces.
La carta continuaba:
Ahora estoy trabajando. El tío Wesley me está enseñando a llevar los libros de cuentas, como tú hacías. Me ha dicho que puede que me deje servir en el salón de café ahora que tengo quince años. Me alegro de trabajar para él, pero lo que me gustaría hacer de verdad es ser institutriz como tú, Elsa, y ayudar a mantener a la familia con mi salario.
Tanto su madre como su tío estaban en aquel entonces muy orgullosos de ella, recordó Elsa. Su tío Wesley se llevó una desilusión cuando anunció su decisión de abandonar la posada, pero comprendió el deseo de ayudar a la familia. Y después, cuando les comunicó las noticias hacía ya dos años, su madre no entendió por qué estaba tan ansiosa por abandonar un puesto respetable, interesante y muy bien pagado para aceptar limosna. «Limosna», así había llamado el regalo que suponía Pinewood Manor...
Y su hermana seguía:
Me gusta echar una mano. El tío Wesley es muy generoso, de verdad. Las mensualidades del colegio de Hans son carísimas. Además, le ha comprado libros nuevos a Isabella, que está aprendiendo con mamá y parece todavía más aplicada que yo, y también le ha comprado ropa nueva. A mí me ha comprado zapatos, aunque los viejos todavía aguantaban bastante.
Sin embargo, su tío Wesley sabía que el dinero para la educación de Hans y para muchos de los gastos de su familia procedía de las rentas de Pinewood Manor. Al principio, su tío se negó a formar parte del engaño. No quería llevarse un mérito que no le correspondía. Sin embargo, Elsa le escribió una carta al poco de llegar a Somersetshire para suplicarle su colaboración. Su madre nunca aceptaría nada procedente de Pinewood Manor. Pero ella necesitaba seguir ayudando a su familia. Anna, Hans y Isabella debían tener la oportunidad de llevar una vida digna.
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Amante de nadie (Adaptación Jelsa)
RomanceElsa Arendelle jamás se hubiera imaginado que se cumpliría la predicción de aquella gitana: «Cuidado con un forastero alto, guapo y de pelo claro...» Creía haber encontrado la paz en Pinewood Manor, la casa que le legó el difunto conde de Bamber, cu...