40) Finalizar

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Jeca:

Salí de casa de Adam con la sensación de haber olvidado una parte de mí ahí dentro. Yo aún lo quería, no deseaba hacerlo sufrir, pero la última decisión la había tomando por cuenta propia y ya no estaba dispuesta a dar marcha atrás. Solo esperaba que él me perdonara, que entendiera un poco mi postura y que pudiera seguir adelante con sus deseos. Pude dejar las cosas inconclusas entre nosotros, pude solo marcharme, pero sentí que él merecía una explicación. Merecía la paz que no tuve.

Estaba amaneciendo apenas, no había mucha gente en la calle y las pocas personas que cruzaban en mi camino no parecían poner atención a mi presencia. ¿La última vez que vería las mismas calles? Ni siquiera eso me hacía disminuir el paso, ya no quería observar lo mismo.

Había hecho un plan y todo lo realicé en menos de una semana. Incluso concluyó la noche que pasé a ver a Adam. Ya no tenía pendientes conmigo, aunque sí incertidumbre. Antes de llegar a mi casa me puse a recordar mi travesía, ser organizada me había dejado algo bueno después de todo:

Primero debí conseguir unas pastillas que tuvieran el mismo efecto que la fortuanina, así que me dediqué a buscar en internet algo similar, para mí suerte encontré el compuesto: Metanfortuanilico fenolato.

Si no podía conseguir las fortuaninas como tal, podría buscar su genérico y hasta gastar menos. También me puse a investigar efectos de una sobredosis, pero la información que pude encontrar era escasa, más que nada se centraba en efectos secundarios o por uso prolongado, nada sobre abuso de sustancia.

De igual forma en todas partes alertaban de consultar al médico en caso de molestias al consumir, así que solo que me quedó confiar en que todo saldría bien para mí.

Necesitaba receta para adquirir cualquier medicamento con ese compuesto; inventé una historia sobre mi abuelo enfermo que perdió su prescripción para vulnerar al dependiente de la farmacia, luego ofrecí dinero extra por las pastillas y presioné con el chantaje de la urgencia familiar por conseguir ayudar a mi pobre abuelo. Hice lo que tenía que hacer, yo había ahorrado la mayor parte de mi sueldo para obtener el medicamento y un papel no me lo iba impedir. Sobornar, mentir, chantajear, manipular, ya me daba igual.

Por último envié el resto de mis ahorros a mi hermano: "Un regalo para Aarón bebé" dije y se lo creyeron, no sin antes soltar una anécdota de que si no lo enviaba, mamá me lo iba a robar, lo cual no era tan falso. "Ya estamos juntando dinero para que puedas venir a vivir aquí. De hecho pedimos un préstamo para poner nuestro propio negocio, una papelería. Cuando nos acomodemos un poco ya estarás viajando hacia acá" prometió mi hermano antes de colgar.

«Creo que primero regresas tú» pensé mientras me despedía intentando no llorar.

¿Estaba tan mal querer acabar con todo? ¿Era mi obligación disfrutar la vida? ¿Estaba tomando la salida fácil? ¿De verdad eso era la parte fácil? Porque cada día era agotador, mis recuerdos eran cada vez más insípidos, había cosas que yo creía que no podía volver a sentir. Aunque quisiera detenerme a pensar en las personas que me rodeaban y el impacto de mi decisión en sus vidas, la realidad era que la balanza se inclinaba al miedo que me daba continuar, a la fatiga, el asco. No podía pararme a considerar a quienes no me consideraron, razón que me hacía sentir aún más egoísta.
Entré a casa con cuidado de no hacer ruido, me encerré en mi habitación y me senté en la cama. «Cuánta carga emocional para no ser ni las diez de la mañana» pensé, luego sonreí con debilidad. Un quejido involuntario salió de mi boca, la gastritis se estaba haciendo más intensa. Me puse en posición fetal para mitigar un poco esa dolorosa experiencia, pero no sirvió en absoluto.

Solo una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora