Jeca:
Estaba sentada con un plato de cereal casi lleno. Lo veía como si tuviera algo genial que decirme, solté un suspiro y guíe mí vista al frente: Una pared blanca que contrastaba con la mesa de madera oscura. Todo pulcro, demasiado perfecto y ordenado, la limpieza seguía siendo mi mayor virtud o tal vez la única.
Los medicamentos hacían su trabajo, no había vuelto a provocarme el vómito en semanas, las terapias aún eran constantes y yo estaba intentando. Lástima que mis intentos no eran suficientes, habían pasado meses donde literal me quedé estancada, mi día consistía en comer, limpiar y dormir. Desde mi llegada a la casa de mi padre, me convertí en un bulto que se arrastraba de allá para acá.Además, en ese lapso cambié de terapeuta tres veces porque no me sentía cómoda con el primero, era grosero; la segunda renunció a su puesto y con el tercero apenas nos estábamos conociendo, aunque parecía agradable.
—¡Feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti! —canturreó Adriana, mi madrastra, entrando de pronto a la cocina.
—Gracias —sonreí apenada, me levanté para que pudiéramos abrazarnos.
A los pocos segundos entró Tomás, seguido de Jordán y al final mi papá. Uno a uno empezaron a felicitarme. Reparé en sus pijamas a juego, todas con el mismo patrón, pero de diferentes colores y mientras yo con un short azul y una playera vieja porque así lo quería, aún estaba renuente a pertenecer a esa casa.
Adriana sacó un pastel casero del refrigerador hecho la noche anterior, le puso dos velas que formaban el número dieciocho y mientras lo acercaba a la mesa empezaron a cantar las mañanitas. Sonreí pasmada, no recordaba un cumpleaños así, llegaba a ser abrumador tener a las personas festejándome.
—Pide un deseo —sugirió papá.
Cerré los ojos unos segundos y luego soplé las velas, entre aplausos pidieron que procediera a cortar el pastel mientras Jordán cuestionaba sobre lo que había pedido.
—Debe ser secreto, de otra forma no se cumple —recordó Adriana en tono alegre.
—Es cierto —asentí cortando la primera rebanada.
De igual forma ningún deseo se cumpliría porque no pedí nada. No era que estuviera completa, sino que tenía tantas cosas en mente que una no sería suficiente importante. Quería regresar a vivir con mamá; dejar el puto tratamiento médico ordenado por el psiquiatra, porque me tenía actuando en automático y odiaba lo muerta que me hacía sentir por dentro; Ya no quería volver al psicólogo, estaba cansada de las citas semanales; Estaba infeliz, fuera de lugar y en secreto seguía actuando de forma errónea. Papá empezaba a presionarme para que regresara a estudiar, lo cual me estresaba, el solo pensar regresar a un salón de clases a soportar compañeros que de seguro terminaría odiando... ¿Yo no tenía ilusión o los demás vivían en una burbuja?
En segundos ya había partido una rebanada para cada uno, ni siquiera me di cuenta. Tomás sacó vasos y leche para desayunar juntos en el comedor.
—Yo no he terminado mi cereal —recordé viendo el plato lleno.
—No pasa nada, ahí déjalo, vamos a comer pastelito —animó Adriana, asentí persiguiendo al resto, pero yo hubiera preferido terminar el tazón de cereal porque tenía malvaviscos.
El "desayuno" se pasó entre pláticas y recuerdos familiares de los cuales solo aportaba unas cuantas risas falsas, gestos o monosílabos. Yo apenas estaba conociendo a las personas que me rodeaban, ¿qué podía compartir? ¿La vez que mamá se cayó con su propio vómito? Eso solo me haría reír a mí, cualquier aporte terminaría arruinando el "feliz cumpleaños".
«Esta no es mi casa, esta no soy yo. Quiero gritar, quiero llorar, quiero sentir algo más fuerte pero las pastillas no me dejan expresarme. Soy un maldito robot» meditaba por dentro.
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Solo una razón
General FictionAdam es un vendedor y adicto a las drogas que se ve envuelto en un dilema cuando Jeca, una adolescente que él conoció años atrás, le pide ayuda con un encargo peculiar. ••••• Dos personas que viven y ven la vida de forma o...