25) Incertidumbre P.1

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Adam

Lo más difícil de tomar una decisión es mantenerla. Sentía muchas cosas por Jeca, y saber que pasó la noche con otro hombre no me agradó para nada. Yo la quería para mí y tuve que decidir. Entre nervios la besé, parecía que las cosas iban a salir bien, pero tenía miedo, siempre fallaba en todo. Intentaba ser mejor por ella, aunque no era lo mejor para ella; estaba asustado como un pequeño gatito, no sabía que iba a pasar cuando volviera a verla.

Llegué tarde al trabajo, me preguntaron por mi estado de salud y puse eso de pretexto para que me dejaran incorporarme. Si se enteraban que me había ido temprano por estar crudo y que había llegado tarde por estar con Jeca, seguro que me descontaban media semana.

Por entrar temprano ganaba menos propinas, la mayoría de clientes empezaban a llegar cuando el sol no estaba. Ya habían reclutado nuevo personal, pronto volvería a mi puesto nocturno, así que mentir era lo correcto.

El día se me fue lento, estuve un poco distraído debido al tema de mi nueva posible relación. Cuando salí compré unas cosas para hacer de comer, me encontré con otra mesera que me invitó a tomar unos tragos en su casa, y me sorprendí a mi mismo negándome sin pensarlo, todo por una chica de diecisiete años.

Me sentía como un pervertido al recordar su edad, si bien yo a los diecisiete ya hacía muchas cosas que no debía, sentía que era diferente en el caso de ella, porque ahora era yo el adulto cazando niñas afuera de la escuela.

Era siete años mayor, consumía y vendía drogas, mi vida sexual era un desenfreno y mi vida personal un desastre; no entendía qué rayos pasaba por la cabeza de Jeca para fijarse en mí, mucho menos entendía que pasaba conmigo por enamorarme de ella casi de repente. ¿Cómo sucedió? La conocí cuando era una mocosa, seguro aún ni tenía su primer periodo, siempre la vi como una niña, ¿en qué momento se volvió tan irresistible? ¿En qué maldito momento se me fue de las manos? Pensé que tendría todo controlado, le ayudaría solamente, pero sin querer las cosas se invirtieron y Jeca se volvió mi ancla.

—Puta mierda —maldecí en voz alta.

Me fui a casa con la extraña sensación de estar muy bien y al mismo tiempo muy jodido. Podría decirse que estaba podridamente feliz.

Encontré la puerta de la cochera abierta, hice memoria intentando recordar si la había dejado así. Y sí, había dejado la cochera abierta al irme con Jeca, caí en cuenta ya que habíamos caminado media calle, saqué las llaves, me dio flojera regresar y le pedí a ella que las guardara por mí. Respiré profundo, me senté en la silla que estaba afuera de mi casa; le había dado las llaves a Jeca y ella no estaba, yo no tenía cómo entrar. Empecé a reírme solo por mi estupidez.

Busqué un cigarro en mi mochila, me puse a fumar, mientras pensaba qué hacer. Noté que estaba estresado, quería verla, pero también quería estar solo. La extrañaba, habían pasado unas horas, pero la extrañaba. Habían pasado unas horas y yo quería mi independencia emocional. 

Me froté la cara mientras el torbellino arrasaba con cualquier rastro de paz mental. Pasaron unos quince minutos cuando el más hermoso tormento llegó a visitarme:

—Hola... Tengo tus llaves —avisó apenada. Levanté la vista, apagué el cigarro pues ya iba en el segundo.

—Lo sé —respondí sonriendo.

Jeca entró, se veía sonrojada, no me paré a recibirla, solo estiré los brazos para que ella llegara a encajar de la manera perfecta. Le hice una señal para que se sentara en mis piernas y sonrió. Se sentó, recargó su cabeza en mi hombro, yo me limité a respirar el olor de su cabello, con eso la bruma mental se iba disipando. Esperé que levantara el rostro para besarla con tranquilidad, como si nada más importara porque estando juntos todo se sentía así.

Solo una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora