37) Reiniciar

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Adam:

Había pasado una semana sin saber nada de Jeca, no respondía el teléfono, cuando iba a su casa a buscarla nadie salía y cada hora era un tormento por extrañarla, por la necesidad de escuchar su voz y porque ni siquiera podía saber que pasaba por su cabeza o como estaba llevando las cosas.

Me pasaba por su casa una vez al día por lo menos, a diferente hora, a veces me quedaba esperando afuera hasta una hora antes de regresar a mi refugio de drogas y calma, porque esa era mi forma de sobrellevar las cosas, de sentirme bien. Pero nada estaba bien en realidad, había dejado de ir a trabajar, el dinero se había escaseado y empecé a usar de mis ahorros; el negocio estaba a nada de hundirse porque me consumía lo que tenía que vender. Y la peor parte es que yo seguía insistiendo en Jeca, cuando ni siquiera sabía qué le diría a si me llegaba a contestar o abrir la puerta. 

Malcom fue a visitarme durante un fin de semana, llegó a mi casa con un tupper grande color verde. Tardé en bajar a abrir porque estaba dormido. Salí sin camiseta, con unos pantalones viejos y no me había duchado desde el día anterior. Mi amigo me saludó con recelo, pero yo no tenía nada que decirle, ya había entendido que el error era solo mío.

—Pásale puto, ¿por qué no viniste antes? Mal amigo de mierda —le reclamé apenas entró.

—No mames, tu casa está asquerosa y huele a puto bar arrabalero... Además estás más flaco, pinche huesos —observó mientras se dirigía a la cocina.

—Te vale verga, ¿vienes a criticar o qué?

—¿La verdad? Vengo a presumir. Traje caldo de pollo que yo hice.  —Enfatizó en el "yo" a la par que mostraba el tupper verde. 

—¿Ya aprendiste a cocinar, inútil? 

—En eso ando. Mi mamá me enseñó a hacer caldo de pollo y llevamos comiendo eso cuatro días porque yo me encargo del almuerzo. Soy la verga para esto, me la pelan los chefs del programa de la noche.

—Te valgo pito, ¿no? No te importa verme, solo quieres que me trague tu comida porque en tu casa nadie quiere. Mejor me voy a dormir, a la verga con todo —mascullé de malas subiendo a mi habitación, ni siquiera entendía porque estaba tan amargado.

Me dejé caer en la cama que ya apestaba a tabaco, sudor y marihuana. Pocos minutos después Malcom subió con un plato de caldo, pensé que me lo ofrecería, pero solo aventó la ropa del sofacama al suelo y se sentó a comer en el espacio que hizo.

—En serio, Adam, estás perdido. Ya levántate a comer, quedó rico el caldo.

—No quiero, no tengo hambre.

—Tendrías hambre si dejaras de drogarte. —Levanté la cabeza y lo miré con fastidio—. Solo digo.

—Si ella me respondiera o me dejara verla podría dejar de drogarme y por ende volver a comer.

—No le eches la culpa a Jeca de tus decisiones, Adam... Seamos realistas, la buscas, te deja verla, ¿y luego qué? ¿Qué pretendes? Sabrás como está y cada uno volverá a su vida normal, esa es la mejor de las opciones.

—¿La mejor? La mejor es que ella me perdone —Malcom rodó los ojos.

—Adam, coqueteaste con Estefanía enfrente de todos. La tenías abrazada en el sillón y con la otra mano le acariciabas la rodilla.

—¡¿Por qué nadie putas me dijo nada?! —inquirí frustrado.

—Yo intenté advertirte. Hasta te hice así. —Movió la cabeza e hizo un gesto abriendo los ojos con reproche—. Y cuando te la llevaste de la mano a tu cuarto, yo quise detenerte... 

—Ya cállate a la verga, no quiero saber nada más —espeté antes de meter la cabeza en la almohada—. Jeca no merece eso. Yo quiero verla, quiero hablarle, quiero que me perdone y que me de otra oportunidad.

Solo una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora