Epílogo Jeca P.2

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Jeca:El auto llegó, el conductor saludó con cordialidad, tomé asiento en la parte trasera y nos fuimos en silencio

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Jeca:

El auto llegó, el conductor saludó con cordialidad, tomé asiento en la parte trasera y nos fuimos en silencio. Yo veía por la ventana como la ciudad cambiaba, como salíamos de una zona donde la mayoría era gente adinerada y poco a poco las paredes se teñían de grafitis; la calles se llenaban de baches, las banquetas de personas caminando apresuradas porque no tenían tiempo ni para levantar la vista del suelo.

Todo se volvía más gris, más caótico, solitario, conforme nos acercábamos a dónde alguna vez viví. «¿Algún niño podrá crecer sano en un lugar donde los adolescentes se drogan con los adultos del barrio? Hay carencia afectiva, económica y a poca gente le importa?» Me cuestioné con tristeza.

El estómago se me iba encogiendo conforme la casa de mi madre aparecía más cerca en el mapa. Me dio calor, sed y hasta miedo, pero no quería volver, tenía la necesidad de encontrar una respuesta. Con el corazón a mil, las tripas encogidas y los pulmones casi colapsados, el viaje terminó. Pagué más de lo esperado, di las gracias, bajé y me quedé en media calle viendo mi viejo hogar.

Todo se veía diferente para mal, abandonado, sucio. La pintura se había desgastado más, había manchas en las paredes, olía a basura, la maleza cubría el suelo, una fuga de agua tenía humedecida la barda lateral. Habían pasado unos meses para mí, en ese lugar parecieron años.

Caminé torpe hasta la reja, intenté abrir pero tenía candado. Toqué y nadie atendió, la casa estaba sola. Abrumada saqué mi teléfono para localizar a mi madre deseando que ella estuviera dormida, quería verla aunque fuera un momento, saber cómo estaba porque no habíamos hablado casi nada desde el hospital. La primera llamada mandó a buzón, la segunda respondió:

—Hola, Jeca, ¿qué sucede?

El tono de su voz evocó tantos recuerdos que hasta pude oler el alcohol rancio saliendo de su cuerpo. Estaba ebria y apenas iba ser medio día. 

—Aah, nada... vine a visitarte —avisé después de pocos segundos en la línea.

—Oh, este... ¿tu papá te dio permiso?

—No, ni le avisé.

—Mmm, eso está mal, Jeca, ahora vives con él y le debes respeto.

—Ay, por favor, el hombre se desatendió de mí por años y ahora resulta que debo pedirle permiso hasta para ver a la única persona que medio me cuidó —reclamé. Mi tono de voz se elevó al final de la frase, pude sentir la cara arder, pero del otro lado solo fue silencio.

—No estoy en casa, niña, puedo llegar en una hora.

—No, déjalo así, debí avisarte antes. —Negué con la cabeza, no podía creer que siguiera decepcionándome de ella.

—Lo siento, Jeca y feliz cumpleaños.

—Gracias, mamá. Voy a colgar para regresar a la casa de mi padre antes de que se haga tarde, adiós.

Solo una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora