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Quiero verte.

Una pincelada de rojez bañó las mejillas del ser, a la vez que su cuerpo se perdía en un suave estremecer. ¿Por qué su cuerpo se comportaba siempre de aquel modo? ¿Por qué era tan vulnerable a cualquier mera palabra que guardara cariño? ¿Por qué no era siquiera capaz de madurar? Habían sido ya varios los calendarios los que habían sido remplazados, reciclados, olvidados, pero aún cuando habían transcurrido varios meses, el ser era incapaz de dejar para atrás aquella absurda timidez, que como si fuera cadenas, le retenían allí.

Como un niño, haciendo uso de sus brillantes y enormes ojos de cristal, observó una vez más aquel que para él era un significativo mensaje. Apoyó su barbilla sobre el dorso de su mano e imaginó una rosada realidad gobernada por flores de distintos colores. Millones de flores. Lluvia de pétalos, y entre una armonía de colores estaba él y una jovencita sosteniendo su mano. Promesas. Dulces abrazos. El jovencito se derretía del encanto. La sola idea de existir en sus fantasías hacía que perdiera la cordura, hasta el punto de abandonar la realidad.

-Oye, ¡niño!

Tras un golpe, que él vio como el zarpazo de un animal, propiamente de un felino, el joven abrió sus manos del espanto y escuchó un "plug" que le puso la piel de gallina. Ahora, con una tonalidad azul esparcida por todo su rostro, vio el aparato azul en el fondo de la bañera y fue testigo de cómo la pantalla parpadeaba, poniéndose después negro, haciendo que el individuo experimentara un muy agrio sabor.

-¡Baba! - Chilló, al tiempo que tomaba al recién fallecido y comenzó a agitarlo en un acto desesperado por reanimarlo - ¡No de nuevo - Se lamentó.

-¿Pero no era a prueba de agua?

En situaciones como aquella, él no era capaz de adivinar si la mujer estaba o no dolida por lo que había provocado. Adivinar algo en aquel rostro sumergido bajo arrugas era una misión imposible. Y no era un "casi", porque si él, quien ya la conocía desde que tenía conciencia, no era capaz, mucho menos podría hacerlo un perfecto desconocido.

-¡Eso es un timo! - Soltó con indignación.

Todavía no había dado la batalla por perdida. Hinchó al máximo sus pulmones y lanzó toda la bocanada de aire por los agujeros del aparato, mientras que tocaba insaciablemente el botón de encendido.

-Ah, ya veo. ¿Estás bien? - Cuestionó la diminuta anciana con suma naturalidad, toqueteando su rostro embargado por las lágrimas, producto de su dramatismo.

Una mujer como aquella, a la que la tecnología nada le interesaba, la muerte de un celular era insignificante.

Se centró en la reanimación con tesón, ignorando la preocupación de la mujer, hasta que minutos después de lucha se dejó caer con los brazos para fuera de la bañera.

-Iré a buscar otro.

La diminuta anciana recogió el aparato y se retiró del baño. En su habitación almacenaba en su armario varios dispositivos móviles, previendo que se estropearían fácilmente; por su autoría. Tomó una de las diez cajas y regresó a donde le esperaba el individuo con cara de desazón.

-Baba...

Aún siendo consciente de que no era su culpa, se sentía mal por implicarle tanto gasto a la mujer. Había perdido la cuenta de los células que le entregara...

-Estaré bien... - Murmuró, declinando la caja que le era ofrecida.

-Coge ya esto, canijo.

Dejó la caja sobre el borde de la bañera, la que se abalanzó, precipitándose al mismo final que su compañero. El sujeto tuvo que comerse el borde de la bañera para salvarlo. Fue un acto desesperado que le costó un moretón en su frente, el que como un balón comenzó a hincharse a tremenda velocidad, agrietando un poco de la belleza de aquel su hermoso masculino rostro, definido con la oscuridad de su cabello, una cascada de melena que se perdía a lo largo de su espalda y por encima de sus hombros sumergiéndose en la profundidad de la enorme bañera en la que incluso uno podía darse al lujo de nadar.

Prometo no existir  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora