♧ Especial III

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Caía ahora una breve llovizna, que chocaba contra los cristales del vehículo.  Dalai se mantenía absorto en el cristal izquierdo trasero, tratando de apagar la tensión que se había alzado desde que Rodrigo había abandonado el vehículo para ir a comprar algo para comer en el supermercado veinte y cuatro horas. Podía sentir la mirada de Melody observándole por el retrovisor, mientras apretaba un mechón de su cabello con nerviosismo, quizás padeciendo lo mismo.

—Tu cola...

Un frío recorrió la espina dorsal del mitad anfibio. ¿Pretendía ahora juzgarle por habérselo ocultado? La idea de que decidiera dejarle, pese lo que le había dicho, todavía seguía atormentándole. En cualquier momento podría darse cuenta de que realmente no podría convivir con aquella parte de él y con ello escoger marcharse. 

—Ah... ¿cómo te hiciste eso? —cuestionó con cierta hesitación.

Dalai pudo abandonar el punto que había estado observando y miró a Melody, la que en el retrovisor exhibía una mueca de tristeza.

—No lo sé... Cuando Baba me encontró, todavía un niño, ya estaba así... —articuló con cierta dificultad, posando una mano sobre su cola, visualizando la cicatriz que tras la manta y la bolsa se ocultaba.

Melody recordaba con nitidez la cicatriz que atravesaba su torso hasta por debajo de su pecho. La carencia de la mitad de su aleta. Por un momento había pensado en cuestionarle sobre si podía nadar, pero no lo creyó necesario.

—Así que... Esto es tuyo...

Dalai abrió más los ojos, sorprendido por la brillante escama que se hallaba entre dos de los dedos de Melody.

—Creía que era de algún pez que hubieran tenido... Y pensar que es tuya.

Melody comenzó a girar la escama entre sus dedos, observándola, sintiéndose presa de un sueño, de una fantasía de niña.

—Lo siento, Melody —pronunció lento, recostándose en el cristal tras el conductor —En verdad siento no haberte hablado con la verdad...

—Me duele —confesó ciertamente herida, dejando que la escama resbalara a la palma de su mano —Pero, lo entiendo. Es difícil confiar en las personas.

Yo confío en ti, Melody. Fueron las palabras que murieron en su interior. No se sintió capaz de pronunciarlas. Sus mentiras habían probado todo lo contrario. No había confiado ciegamente en Melody, y esa era la verdad. El miedo a ser abandonado o vendido como un animal nunca había sido descartado de sus pensares.

El chirrido que produjo la puerta del conductor borró el vago silencio que había aparecido con la intensión de prolongarse.

—Toma, Dalai, una ensalada de algas para ti.

Dalai tomó el taper de platicó transparente que su amigo le ofreció y lo abrió.

—Melody, ¿tú qué quieres? He traído espaguetis a la boloñesa, una tortilla de patatas, bocadillos de chorizo, jamón dulce y queso. También tienes patatas fritas campestres, de jamón serrano y de maíz —conforme iba mencionando se lo iba mostrando.

Sin embargo, Melody permanecía atenta al tritón que se hallaba tras su asiento, observando con melancolía una delgada alga que colgaba de entre dos de sus dedos.

—¿Melody? —tocó su hombro, haciéndola pestañear.

—Ah, el bocadillo de queso está bien —señaló, regresando la medida al retrovisor, viendo a tiempo la mueca de asco en el rostro de Dalai —Ah, cierto, que a ti no te gusta lo lácteo —se burló —¿seguro no quieres un poco? —se introdujo por entre los asientos, atacando a Dalai con el bocadillo de queso todavía envuelto en plástico. 

Prometo no existir  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora