41.1 ♧ Especial I

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Sintió el aire caliente de su respiración golpeando su rostro con violencia. Movió la cabeza, buscando en el interior de aquella bolsa negra algún agujero por el que pudiera asomarse, mas no halló nada. La cinta que envolvía sus muñecas estaba demasiado apretada, tanto que le cortaba. No podía respirar pese estar sintiendo el agua al final de la bolsa. Por primera vez en su vida el encierro que había padecido le parecía nada estando en aquella hostigante oscuridad.

Escuchó el sonido metálico de las llaves entre su respiración alterada y el grito de las olas del océano, como si le estuviera llamando.

Como un retroceso de una cinta de vídeo, Dalai rememoró muchas escenas de su vida, siempre con la misma imagen de fondo. Ninguna cara desconocida, hasta que Melody apareció en su vida. Ella le había arrastrado al exterior. Le había otorgado la oportunidad de observar el océano que desde siempre había anhelado, pero que también había rechazado al saber que nunca podría nadar a placer. 

Apretó los dedos. Su ser estremeció.  Podía resignarse.  Aceptar que estaba condenado a sufrir o luchar con todas sus fuerzas. Aferrarse a esa milagrosa esperanza que parpadeaba como una bombilla que estaba a punto de apagarse.

Se agitó con violencia, y entonces sintió el traqueteo de la silla inclinándose por una bajada. El grito del océano se profesó con mayor fuerza, apagando el grito que profirió el hombre que comenzó a correr detrás de él con grande exaltación. 

—¡Te ten-!

La silla sufrió un tirón brusco cuando el padre de Melody logró sujetarla por uno de los mangos y Dalai salió disparado, precipitándose por un grande vacío que lo llevo directamente a su lugar de origen.

El impacto hizo que Dalai padeciera un aturdimiento. Un pequeño mareo que se desvaneció hasta la sensación del agua en movimiento acariciando su cuerpo. 

—¿Eh?

Ya no había oscuridad, sino un grande brillo a su alrededor. En algún momento la bolsa había volado de su cabeza.

Dalai abrió grande sus ojos ante la increíble imagen que captaban sus pupilas. Había visto varias imágenes del océano en la pantalla de su celular, mas ahora, que se hallaba allí, creía ser testigo de algo que ningún humano había alcanzado a ver antes. La imagen de la arena al final, algunas rocas, conchas, peces que seguían su curso, ignorando su existir, algas que parecían bailar y un amplio océano que no tenía final.

Movió su cabeza de un lado a otro con exaltación.  Era el océano.  ¡Estaba en el océano!

El océano recogió las lágrimas que fácilmente surgieron de sus ojos.  Le dolía el pecho. Podía respirar.  Tal y como un ser acuático podía respirar. 

Agitó las manos por el agua, sintiendo el cosquilleo a través de sus dedos, acarició la arena que cubría la profundidad.  Estaba tan emocionado como un niño. Era un niño que había regresado a su lugar de origen. 

Entonces, un vacío cubrió su corazón al comprender que no era la bolsa que todavía seguía cubriendo su cola lo que le retenía en la profundidad, sino la ausencia de la mitad de su aleta.

No podía quedarse. Pese siendo un ser marino, no podía quedarse. No estaba capacitado para vivir en el océano.  Lo único que podía hacer era arrastrarse, permanecer aferrado a la arena, siempre mirando para arriba, como aquellos días de antaño, donde observaba la lluvia golpeando el cristal del techo.

Dirigió su mirada para arriba, buscando indicios de aquel hombre, preocupándose de si hubiera decidido lanzarse junto a él, pero el océano seguía en calma allí abajo. Al parecer no estaba tan loco como para arriesgar su vida por capturarlo, pero no pretendía arriesgarse al permanecer allí.  Pudiera ser que cambiara de opinión. 

Prometo no existir  [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora