«A Izuku Midoriya no se le dan bien las matemáticas, pero, ¿quién sabe? Quizás con su nuevo profesor las cosas cambien.»
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La noche lentamente consumía su ventana, apagando aquel hermoso atardecer de manera constante.
El lápiz grafito escribía sin detenerse mientras que, al mismo tiempo su boca hacía muecas extrañas.
Muecas de notoria frustración mientras sus ojos se notaban confundidos.
— ¿Qué era lo que se hacía en estos casos? —susurró con su mano en el mentón, mientras intentaba hacer memoria en lo más profundo de su mente.
Luego de un par de minutos de dura pelea, lanzó un suspiro.
—Ahh... —soltó, apoyando su cabellera peliverde en el respaldo del asiento. —No lo recuerdo... —susurró mientras observaba aquella ecuación de tercer grado.
Negó con su cabeza, intentando relajarse y concentrarse para entonces beber un poco de agua de su botella.
Pero golpes constantes se escucharon de abajo.
Izuku dejó la botella a un lado, para escuchar con mayor claridad.
La puerta recibía golpes constantes.
— ¿Mamá?
Se preguntó, recordando que ésta se había ido de compras hace un par de horas atrás.
Y la puerta continuaba con aquellos golpes de manera incesante.
Soltó un suspiro y dejó de lado su tarea. —Quizá se olvidó de llevar sus llaves. —murmuró, bajando su vista en busca de sus pantuflas de conejo.
Bajó rápidamente.
Pero los golpes ya habían cambiado a un ritmo potente y desesperante.
Su ceño se frunció confundido a media escalera.
—Mamá no toca así la puerta... —pensó al instante.
Pero los golpes comenzaron aún más fuertes.
Parpadeó y continuó.
— ¡Ya voy! —exclamó, bajando las escaleras rápidamente. —Dios... ¿Quién será? —susurró pensativo y algo molesto.
Entonces, abrió la puerta.
Y sus jades se abrieron de par en par.
Aquella presencia que tan bien conocía estaba justo frente a él.
Alzó su mirada incrédulo y abrió y cerró sus ojos con firmeza. Pero él seguía ahí.
— ¿Katsuki... san? —susurró boquiabierto.
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La luz de la luna caía directamente en su rostro, provocando un destello hermoso en sus cabellos rubios cenizas y sus escarlatas profundas.
Izuku pensó que aquellos cabellos se mezclaban junto con el oro frente a la luna.