—¿Alguna vez me mirarás como lo hacías antes?
—No... Nunca te volveré a ver así. Porque antes de esto, no sabía que eras esencial para que me sintiera vivo.
(E.Frank)
El tiempo pasó insidiosamente lento. Para todos. A veces se sentía como si hubiera sucedido apenas ayer –cuando Alec despertaba empapado en sudor frío, con el cuerpo adolorido con el recuerdo y la garganta en carne viva por los gritos que no podía evitar– y en otras parecía que hubieran pasado siglos de aquellos momentos cuando eran felices, dormían y despertaban abrazados.
¿Por qué la vida era tan injusta?, Alec se preguntaba mientras estaba en el pulcro sofá de la Sala de espera. Había un nudo en su garganta. Magnus estaba unos metros más allá, caminando con Max alrededor del lugar para distraerlo.
Se limpió furioso, en un movimiento rápido, las lágrimas que empezaban a acumularse y escapar. No era justo y no importa lo que su psicólogo dijera: él decía que debemos entender que las cosas malas no sólo le pasaban a los malos, que los buenos también sufrían y eso no es un castigo de ningún modo, que no pagaba por nada; y que, desgraciadamente, no siempre los malos pierden...
Alec lo odiaba. ¿No se supone que él lo ayudara? ¿Que dijera algo que lo hiciera sentir mejor?
Y lo peor era que más de una vez había dicho que debía ser completamente honesto. Insistía en que Alec mentía o que, al menos, se guardaba una parte de la verdad. Y era cierto, ¿no? A nadie le había contado sus sospechas: que quizá esos hombres formaban parte de los mismos que mandaron matar al padre biológico de Max.
Quemaba callar eso, porque se sentía como una traición hacia Magnus. Alec podía tener este miedo irracional hacia él –y a la mayor parte del resto del mundo–, pero lo seguía amando con todo su ser y parecía incorrecto no contarle la verdad completa. Pero... ¿y si hablar lo hacía más peligroso, no para él sino para Max? Él podría vivir en el infierno, siempre que hubiera un pedacito de cielo para su hijo. No importa que la culpa y el dolor lo comieran un poco más cada día.
No importa que Magnus nunca volviera a mirarlo con amor, que siempre estuviera en sus ojos esa pena, que lo considerara alguien roto irremediablemente. Muchas veces –sobre todo cuando Magnus estaba ocupado con Max y no corría el riesgo de ser atrapado– Alec lo observaba con atención, la luz que siempre estaba en esos ojos verde dorado –y que seguía presente cuando jugaba con su hijo– se apagaba cuando se volvían hacia él; aquella frescura que siempre lo acompañaba se congelaba o ardía, depende del humor en que Alec se encontrara. De verdad que no quería ser así, sabía –en el fondo lo hacía, sabía la diferencia– que Magnus nunca lo dañaría, pero no podía evitar sus reacciones. Su miedo.
No importa que Magnus nunca volviera a tocarlo, que nunca volviera a hacerle el amor y las pesadillas le hicieran olvidar que el sexo no siempre duele, que no todos son monstruos, que hay manos que acarician con amor y no te destruyen...
—¿Alexander? —la voz era suave, pero insistente. Como si no fuera la primera vez que lo llamaba. Cuando Alec miró hacia arriba, Magnus estaba más cerca de lo que había esperado. Lo notó apesar de lo borroso de su vista debido a las malditas lágrimas que se habían acumulado de nuevo. Su sorpresa fue tal que tardó en darse cuenta de la mano de Magnus...en su hombro.
Ambos se congelaron.
* * *
Alec pareció contener el aliento y Magnus sintió el pánico crecer. Era con seguridad la primera vez que había contacto físico entre ellos después de...de lo sucedido.
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Destiny (Malec Mpreg)
FanficTERMINADA» Todas las mañanas Alexander Lightwood y Magnus Bane se encuentran en el mismo vagón del metro. Todas las mañanas el pequeño Max, en brazos de su padre, mira al chico brillante frente a ellos. Todas las mañanas Magnus mira al pequeño ojia...