Capitulo uno

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Berlín

— ¿Por qué mi padre me haría una cosa semejante? Pensé que me quería —le comento Samantha Knight al hombre que había sido abogado y amigo de su padre desde que tenía memoria. Que este hombre que hablaba suavemente se hubiese confabulado con su padre intensificaba el dolor y la sensación de abandono que ella sentía.

No es que necesitara nada para aumentar el pesar que experimentaba. Tres horas antes había estado junto a la tumba de su padre observando con los ojos secos cómo bajaban el ataúd a la tierra. Solo tenía veintiséis años y ya había visto más muertes que la mayoría de la gente en toda su vida. Ahora era la única que quedaba. Sus padres estaban muertos, sus abuelos estaban muertos y Richard, su esposo, era como si lo estuviera, ya que recibió los últimos papeles de su divorcio el día en que su padre murió.

—Samantha —le respondió el abogado con voz suave conciliadora —tu padre te quería. Te quería mucho y por eso te pidió esto —La observaba de cerca; su esposa había comentado que Samantha no había derramado una sola lágrima desde que él murió.

—Bueno—había respondido el abogado—, tiene la fortaleza de su padre.

—pero su padre no era fuerte ¿verdad? —Le replico su esposa—. Siempre fue Samantha la que demostró mayor firmeza. Y observo cómo su padre se marchito y murió ante sus ojos sin derramar una lágrima.

—Dave siempre dijo que Samantha era su apoyo— el abogado cerro su portafolio y salió de la casa antes de que su esposa pudiera agregar nada,  porque temía lo que diría cuando hiciera público el testamento de Dave Knight.

Ahora mientras observaba a Samantha en la biblioteca de su padre, sintió que la transpiración le recorría por el cuello al recordar cómo trato de disuadir a Dave Knight de este testamento, pero sin conseguirlo. Cuando Dave hizo este último testamento pesaba cuarenta y dos kilos y apenas podía hablar.

—Le debo una oportunidad —había susurrado Dave—. Le quite la vida y ahora voy a devolvérsela. Se lo debo.

—Samanta es una mujer joven. Una mujer adulta tiene que tomar sus propias decisiones —le había respondido el abogado, aunque podría no haberles dicho nada. Ya que Dave no le prestaba atención, su decisión estaba tomada.

—Es solo por un año. Eso es todo lo que pido. Le encantara Nueva York.

Odiara Nueva York, pensó el abogado pero no emitió su opinión. Conocía a Samantha desde que nació. Cuando era una niña la llevaba a caballito sobre su espalda y la había visto reír y jugar con otros niños. La había visto correr carreras y hacerles travesuras a sus padres y la había visto complacida cuando obtenía una buena calificación en un examen y llorar cuando no la había conseguido. Había visto discutir a Samantha con su madre sobre el color de un vestido o sobre si debía llevar o no lápiz labial. Hasta que cumplió doce años había sido una niña normal en todos los sentidos.

Pero al mirarla ahora, unas horas después del funeral de su padre, podía ver que se había convertido en una mujer vieja, en el cuerpo de una mujer joven, ocultando su belleza bajo un decoroso traje negro que hubiera quedado bien a alguien tres veces su edad.

En realidad, parecía hacer todo lo posible por ocultar su femineidad, se peinaba el cabello hacia atrás, se maquillaba poco o casi nada, su ropa no tenía un buen corte, era demasiado larga, sin forma. Pero peor que su apariencia exterior era su estado anímico; desde hacia tiempo Samantha rara vez sonreía y no podía recordar la última vez que la vio reír. Y cuando sonreía Samantha era muy pero muy bonita, su pensamiento, retrocedió unos años atrás, antes de que Samantha se casara, antes de que se fuera a  Louisville Kentucky, Estados Unidos, cuando fue a su casa después de una visita al gimnasio. Dave estaba hablando por teléfono y ella no sabía que había alguien más de pie, junto a las puertas corredizas del patio, con un vaso de Té helado en sus manos el abogado estaba a punto de saludarla, cuando ella se sacó el abrigo y comenzó hacer ejercicio en el living, apoyando una pierna bien formada sobre el respaldo del sofá. El abogado se olvido de que era la hija de un amigo y observo con admiración a la joven que durante años le había parecido poco atractiva. Se le había soltado el cabello que tenía recogido con una cinta, y algunas mechas caían sobre el rostro, su rostro estaba sonrojado debido a la actividad y sus ojos eran celestes y brillantes de pestañas gruesas. Nunca había notado que sus labios eran rojos y carnosos o que su nariz era descaradamente respingada. Tampoco había repadarado en que tenía un cuerpo que debería ser inmortalizado en alguna revista, con curvas donde deberían estar muy armónicos.

Sweet DelusionsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora