Fue a la cocina y miró la heladera. No tenía ni una cerveza, ni vino, ni nada de alcohol. No era de tomar mucho, solo de vez en cuando en las comidas, y si no había, tampoco se preocupaba.
Cerró la heladera y se preparó para salir y ser divertido e interesante.
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Cerró la notebook, ya había terminado de “hablar" con Conejita… Más que hablar, jugaron, y la sonrisa no se le iba de la cara.
Dejó la computadora en el escritorio y se dispuso a darse una nueva ducha. Después de unos diez minutos, estaba por acomodarse para dormir cuando de pronto el celular empezó a sonar.
Lo agarró de la mesita de luz y se fijó en la pantalla quién era: Rulitos. Así había agendado a Gabriel desde que tuvo su primer celular. Él solía llamarlo Rulos o Rulitos porque su cabello siempre le había llamado la atención, siempre con esa mata de rulos que mantenía a un determinado largo. Un largo perfecto, pensaba él, porque los rulos se le definían maravillosamente.
—¡Rulos!
—Taatooooo —Habló una voz. Sí, era la de su amigo, pero parecía arrastrar las letras. De fondo, se escuchaban murmullos de gente, música, algunos gritos, entrechocar de vidrios. —Unos señores acá no me quieren vender más alcooohol… ¡Deciles algo!
—Gabo, ¿estás borracho? ¿Dónde estás?
Gabriel no tomaba nunca. Era Gabriel el que solía ayudarlo cuando estaba ebrio y no al revés, y eso era motivo de preocupación.
—En un puuuuub… —Era “pab”, pero pronunció “pub” —Son todos maaloos, muy maaloos… ¡No, mi celular!
—Hola, señor, no sé quién es, pero está en el pub Maquiavelo, y no deja de tomar.
—Dios mío. Ya voy para allá. Gracias por todo, sigan sin venderle.
Mientras se vestía, se preguntaba, preocupado, qué lo había llevado a eso.
Voló hasta el bar, temiendo que su amigo hiciera alguna locura.
Llegó quince minutos más tarde. Afortunadamente, eran las dos y media de la madrugada y por eso no había tanto tráfico.
Pensó en que en unas horas tendrían que estar en el trabajo de Café y Letras y estarían como dos zombies.
Bajó apuradísimo del auto y se acercó al pub. Tuvo que pagar en la entrada doscientos cincuenta pesos, pero estaba preparado. Ya conocía el lugar, era su pub habitual para jodas con amigos o encuentro con algunas mujeres.
El lugar estaba llenísimo. Había gente jugando al pool al fondo del sitio, varios tomando tragos en mesas, otros bailando. Gabriel estaba sentado en un asiento acolchonado en una mesa contra la pared. Corrió hasta él, empujando a varios en el camino. Estos lo miraron mal.
Se sentó al lado de su amigo y le puso una mano en el hombro. El rizado lloraba y miraba alrededor como si estuviera perdido, pero, cuando habló, lo miró y pareció iluminarse un poquito.
Sus ojos verdes se veían oscuros ante la poca iluminación del lugar, pero se veían brillosos por las lágrimas.
—¿Tato?
—¿Qué hacés tomando tanto? Vos nunca te emborrachaste en tu vida.
—Caro me dijo que soy aburrido. Quería ver si me ponía más divertido…
Con tanto barullo y la música alta, apenas lo escuchaba.
—Vamos —pidió el castaño, levantándose y tirando de él para que se pusiera de pie.
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Por un beso
RomanceRenato y Gabriel son mejores amigos desde la secundaria, hasta que un pequeño suceso cambia todo.