—No quiero terminar alejado de vos —siguió diciendo.—Yo menos —respondió Gabriel.
Como impulso, con su mano libre apretó la mano que Gabriel tenía apoyada en su pierna.
Empezaron a jugar con sus manos, dándose golpecitos, él en un intento de querer agarrarlo de la mano, pero sin animarse.
¿Gabriel tendría la misma intención?
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Al darse cuenta de lo que estaba pasando, se retiró.—Emm… ¿Seguimos con el capítulo?
—¿Eh? Ah... Sí… Claro… Hay trabajo que hacer —dijo Rulitos, poniéndose en pie. —Pero estás todo mojado y helado. Debés tener frío.
—Sí —tembló, y también se puso en pie—. Y yo te mojé a vos —mientras lo decía, trató de secarlo con la mano, refregándola por la sien y la mejilla que Gabriel había apoyado en él.
—¿Por qué no te das una ducha calentita? Te presto ropa para que te cambies.
—Ya me duché, con que me prestes ropa está bien.
—¿Seguro? Estás temblando.
—Ya se me va a pasar.
—Bueno.
Se dirigieron ambos al cuarto, donde Gabriel buscó en el armario ropa para prestarle. Él esperaba detrás.
En unos instantes, le entregaba una remera gris con unos anteojos, una varita que los cruzaba y algo que intentaba ser la capa de invisibilidad; para abajo, unos pantalones livianos de colores; y un par de medias nuevas.
Un conjunto que había visto usar a Gabriel varias veces para dormir.
También le dio una campera finita de lana.
—Ahí tenés las pantuflas.
Se sacó el buzo fino y la remera al mismo tiempo, y cuando se desabrochó sus pantalones acampanados, vio la mirada de Gabriel. Estaba parado frente a él y vio cómo sus ojos iban desde los suyos hasta su torso desnudo y luego hacia sus manos en esa zona.
Sintió que esa mirada lo acariciaba.
Y cada partecita de su piel ardió como si lo estuviera tocando.
El rizado dio un pequeño salto y miró para otro lado.
—Em… Te dejo cambiarte tranquilo —dijo, todo rojo, saliendo de la habitación. Cerró la puerta tras sí.
***
Se apoyó en la puerta y resopló algo avergonzado. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de cómo lo había mirado, como también esperaba que no se hubiera dado cuenta de que había querido agarrarlo de la mano. ¿Y si por eso se había alejado?
Se quedó pensando en eso mientras esperaba que Renato se vistiera.
No tardó mucho, por lo que sus pensamientos se apagaron un poquito, aunque no del todo.
—Listo —dijo Tato al salir. Tuvo que retirarse rápido de la puerta al abrirse.
Le sonrió y dijo:
—Trabajemos en la cocina, así comés y después podemos ir al living.
—Sí, tengo hambre —dijo su amigo, poniendo ambas manos sobre su estómago.
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Por un beso
RomanceRenato y Gabriel son mejores amigos desde la secundaria, hasta que un pequeño suceso cambia todo.