Capítulo 38

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—Amor —le susurró después el ex rizado contra su boca, el aliento caliente acariciando la comisura de sus labios.

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    Se alejó y se quedó mirándolo. Gabriel también lo miró, asustado, lo que le hizo pensar que se le había escapado. Sus mejillas se habían tornado coloradas, como cada vez que se ponía nervioso y se avergonzaba de algo.

      Le había dicho “Amor". Su interior era una revolución constante cuando se trataba de Gabriel, pero ahora era aún más fuerte.

—Creo que ya es hora de irme —dijo unos segundos después. Su voz temblaba y su cuerpo se resistía a perder el calorcito que Gabriel transmitía y lo envolvía.

    La mirada de Gabriel se apagó.

—Está bien —dijo el ex rizado, apartando la mirada y alejando sus manos de su cuerpo, iniciando él el distanciamiento.

     Se incorporó del sillón y se arregló un poco el pelo. Agarró su celular, que había quedado en la mesita ratona hacía rato y acomodó su ropa. No dejaban de mirarse.

      Salió de la casa después de un “Chau" suavecito, pero no fue a su auto enseguida. Tomó su celular y le envió un mensaje a su mamá:

Renato: Viejita, ya sé que es tarde, y perdón si estás durmiendo, pero puedo ir tu casa?

     Afortunadamente, su madre le respondió rápido:

Valeria: Bebito No me tenés que preguntar
Vení te espero

***

     “Amor", lo había llamado “Amor" y no se arrepentía. Pero solo esperaba que no se volviera a alejar. De ahora en más, sería más cuidadoso.

***

     Su mamá abrió la puerta de la casa al segundo de haber tocado el timbre. Llevaba puesto su camisón y una bata y tenía hecho una colita baja. Era evidente que había estado esperándolo, con el corazón en la boca. Su mirada se lo confirmó.

     La necesitaba tanto.

—¿Qué pasa, amor? —Le preguntó ella al tiempo que ingresaba al lugar.

—Quería hablar con vos —respondió cuando terminó de cerrar la puerta con llave.

     Su madre lo agarró de los cachetes y lo miró fijo.

—Espérame en el comedor, ¿sí? Puse a calentar agua para el té. Ahora lo llevo y hablamos. Dejá la puerta abierta.

     Asintió con la cabeza y fue hasta el comedor. Se sentó ante la mesa. Mientras esperaba, recordaba lo que había pasado hacía unos minutos con Gabriel. Y en todo lo que quería que volviera a pasar.

    Diez minutos después, entraba su mamá llevando una bandeja con las dos manos. Dos tazas con saquito de té, una azucarera y dos cucharitas. Depositó la bandeja en la mesa y  se sentó al lado de él.

—Decime —le pidió, dejando la taza al enfrente de él sobre la mesa.

—Viejita, estoy enamorado. —No pensó mucho para decirlo.

—¿Y por eso tenés esa carita? Pero si es muy lindo.

—Sí, ya sé.

—¿Ya le dijiste a Gabriel lo que te pasa con él?

—¿Qué? Pero si no te dije…

—Es muy obvio. Yo no miro así a mis amigos.

—¿Así cómo?

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora