Capítulo 24

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—Hay otra cosa que no pasa con las chicas…—dijo, recordando lo que anteriormente habían hablado, y todavía oliendo el cuello de Gabriel—, con vos la paso bien en muchos sentidos. ¿Vos la pasás bien conmigo? —le había picado la duda, aunque fuera un poco tonta.

—Yo también la paso bien con vos… ¿Ya estás mejor?

—Sí, Gabo.

—No me gusta que llores.

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—¡Yo te salvaré!

     Abrió la reja del calabozo donde tenían atado a Gabriel con cadenas, que eran tan cortas que no podía dar tantos pasos adelante. El chico estaba contra la pared, con la ropa toda rota y sucia de polvo, como su cara.

    Él llevaba un sombrero de brujo, adornado con una pluma, y una espada en su mano, la empuñadura con relucientes piedras preciosas verdes, como los ojos de Gabriel. Una capa azul, como el sombrero, le llegaba hasta el suelo.

—¡Aléjate de él! —Exclamó una voz desde un rincón oscuro. Miró hacia esa dirección y vio cómo se acercaba a él el peor de los monstruos. Rubio y de ojos azules.

     Vio de qué monstruo se trataba.

—Santiago El Horrible —expresó.

—¡Tato! —Gritó Gabriel, quien daba pasos hacia él, pero las cadenas lo retenían. Al instante, esas cadenas plateadas se convertían en serpientes frente a sus ojos.

—Él quiere estar conmigo —dijo el monstruo, acercándose esta vez a Gabriel, pero mirándolo fijo a él. El monstruo también llevaba una capa.

—¡Tato! —Volvió a gritar.

—Quiere estar conmigo, despertarte —susurró Santiago El Horrible.

—¡Tato, despertarte!

—¡No lo lastimes! —pidió al monstruo.

—¡Tato!

—¿Qué?, ¿qué?, ¿qué?

      Despertó con un sobresalto y vio a Gabriel al lado de la cama, mirándolo. Su corazón daba golpes en su pecho con intensidad.

—Te estaba despertando para desayunar y decías cosas. ¿Qué estabas soñando?

—Emm no me acuerdo de nada.

—Hice el desayuno.

     Le sonrió y el rizado le devolvió la sonrisa.

—Voy al baño —dijo en un bostezo y saliendo de la cama— y después a la cocina. ¿Qué hora es?

     Sus ojos no se podían abrir, todavía sentía el sueño pesando en ellos, y la cabeza un poco abombada.

—Las ocho, así llegamos bien al trabajo.

—No quiero ir al trabajo. Quiero quedarme. Ver una película. O hacer cualquier cosa. El trabajo es aburrido. Y además, tengo sueño. ¿No querés?

    Después de decir aquello, se metió al baño. Mientras hacía todo lo que estaba dispuesto hacer recordó que ese día empezaban con la venta de las entradas al evento. Tenía que conseguirlas antes de que acabaran.

***

    Renato salió del baño y mientras iba a la cocina le dijo que él se iría a la casa.

    Frenó ante la puerta de calle y el castaño lo miró.

—¿Qué? No, dale, quédate. ¿No vas a desayunar conmigo? —Preguntó, abandonando el camino hacia la cocina para acercarse a él.

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora