Capítulo 32

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    A él le habría gustado decirle que no era que le gustaba, sino que estaba enamorado de él, porque “gustar" no era lo mismo que “estar enamorado", ese era un sentimiento mucho más profundo y fuerte.

    Pero aquello ya había sido un paso. Un paso enorme.

    Volvió a darle un beso al hombro del castaño y Renato  respondió con otro beso en el suyo.


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    Seguían abrazados, no podía soltarlo, se aferraba a él y más le gustaba. Su cuerpo y su interior se abrigaban con el calor del cuerpo de Gabriel.

     Aún no se recuperaba de todo lo que había sentido estando con él. Tal vez nunca se recuperaría.

—¿Si nos acostamos? —Preguntó, así estarían más cómodos.

     No quería soltarlo. Quería permanecer abrazado a él por siempre.

     Se pusieron bajo la sábana y la manta delgada (no hacía tanto frío) todavía desnudos. Gabriel quedó mirando el techo y él se acercó a ponerse sobre su pecho y puso la palma sobre su ombligo.

    El ex rizado logró rodearlo con los brazos. El mentón se apoyó en su coronilla.

—Rulitos...

—Ya no tengo rulos.

—Siempre serás Rulitos.

—¿Rulitos RIP?

    Rio en el pecho de Gabriel y empezó a mover sus dedos por sobre el abdomen y a jugar con su ombligo.

—Hasta que los rulos vuelvan a crecer. Te los volvés a cortar y te demando. 

   Ahora oyó y hasta sintió la risa del ex rizado.

—¿Una amenaza?

—Tómalo como quieras.

     Suspiró y se incorporó para mirarlo. Gabriel también lo miró, esperando.

—Te ves lindo —le dijo, dejando su abdomen para acariciar su cabello. —Pero sos, eh. ¿Cómo creés que yo voy a pensar que aburrís o que no sos nada interesante? Carolina debería callarse.  —Gabriel tenía los ojos puestos en otra parte ahora—. Eh, mírame —pidió, agarrándolo suave del mentón, así levantó la vista a él—. Nada está mal con vos.    

     Se quedó mirando sus verdes, que también lo miraban. Luego, sus ojos fueron a sus labios. Se acercó para dejar un suave y pequeño beso en esa boca y volvió a acostarse, esta vez puso su mejilla en el hombro del chico.

—¿Qué hora es? —Preguntó después de un tiempo en silencio, él haciendo formas en el pecho de Gabriel con el dedo.

      Sintió que Gabriel se movía, pero él siguió en lo suyo.

—Según el reloj de la mesita, son las doce y un minuto.

—¡Y un minuto! —¿Cómo se le había pasado la hora?, pensó, incorporándose otra vez. —¡Feliz aniversario! —Sonrió. Ese día era muy especial.

—¿Feliz aniversario? —Rio Gabriel.

     Y Gabriel no se acordaba.

—¡Gabriel!

—¿Qué?

—No puede ser.

     Hizo un pucherito exagerado. Gabriel tocó su labio inferior con el índice y él no pudo resistirse a darle un beso en los labios. Luego, dijo:

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora