Capítulo 33

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-Mi novio.

Salió de su boca sin contemplación. ¿Y qué fue eso que sintió en su interior al decirlo?

Miró a Gabriel, que lo miraba con los ojos abiertos bien grandes, y una pequeña sonrisa dubitativa.

Tragó saliva. Y otra vez apareció ese miedo. Ese miedo de perderlo.



Él sabía que lo había dicho solo para que Fiorella dejara de molestar, pero no podía dejar de desear que fuera real, tampoco podía dejar de imaginarlo.




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-¿Tu novio? -Preguntó la mujer.

Él se sentía en las nubes y apenas escuchaba lo que decían.

-Sí, novio. ¿Podrías decir qué vas a tomar de una vez?

-No seas malo conmigo.

En ese momento, la chica acarició la mano de Tato sobre la mesa. La incomodidad de Renato se veía a leguas.

Fue hasta ahí.

-Déjalo.

-¿Qué te pasa?

-Lo estás tocando y él no quiere.

-¿No quiere? Vamos a ver si cuando estemos solos no quiere.

-¡Basta! -Exclamó el castaño. Había quitado la mano de la mesa y las tenía escondidas debajo de cada brazo, que se cruzaban.

-Yo la atiendo. -Santiago salía de la librería y se acercaba a la mesa. Otras personas empezaron a entrar. Le agradecieron al chico y fueron cada uno a un grupo de clientes.

Atendió a tres personas, anotó en su libreta, y su bolsillo empezó a vibrar. Su celular estaba sonando.

Fue hasta el mostrador para preparar los pedidos, ahí sacó su celular de los pantalones, y vio que se trataba de mensajes de whatsapp de Renato. Alzó la vista, pero el chico no estaba por la zona de las mesas. Seguramente, estaba en la librería.

Volvió a mirar el celular y fue hasta los mensajes.


Renato: No le creas


No quiero que me toque


Ni a la vista de todos ni a solas


Sonrió. Pero los mensajes seguían.


Renato: Solo quiero que me toques vos


Me creés?


Gabo, decime que me creés



Levantó la cabeza y lo vio en la entrada de la librería, mirándolo. Cuando sus ojos se cruzaron, Renato ingresó nuevamente al sitio. Inmediatamente, se apresuró a preparar los pedidos. Quería hacer rápido y hablar con el chico. La mente lo desconcentraba, pensando en la situación.

Llevó las cosas a la mesa correspondiente y, cuando fue a dejar la bandeja, Santiago estaba ahí preparando otros pedidos. El rubio lo llamó.

Él ya estaba al otro lado del mostrador, yendo a la parte de los libros. Se detuvo y miró a Santiago ante el llamado.

-Ahora no puedo. Tengo que hablar con Tato, perdón.

El rubio asintió.



-Perdón -volvió a decir antes de correr a la librería.

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora