Capítulo 42

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     Tras una mirada sonriente, lo abrazó. Su cabeza se inclinó sobre el hombro de Gabriel. Sus palmas abiertas sobre la espalda del chico. Con su corazón latiendo a más no poder por esa cercanía, con el cuerpo empezando a sentir el calor del cuerpo del otro, empezó a pasar el dedo en la espalda de ex Rulitos, formando una palabra.

***

     “Amor" sintió que Renato escribía con un dedo sobre su espalda.

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      Sonrió e hizo lo mismo. Sintió un beso posarse sobre su cuello y los brazos del castaño apretarse más en su espalda. Él también apretó. Su boca se detuvo en su pelo y presionó en un beso sobre la cabeza de Renato.

     En ese punto, Santiago ya había desaparecido del todo dentro de la librería.

     Luego, entraron clientes y empezó el trabajo. Pero no faltaban las miradas, las sonrisas ni los besitos esporádicos.

***

—Tengo algo que decirte sobre la cita.

—¿Sobre la cena romántica que voy a prepararle a Gabo?

—Sí.

     Estaba en la librería. Había ayudado a una chica con libros infantiles, por lo que había sacado unos cuantos y ahora estaba acomodándolos, pero le sonó el celular, que llevaba en el bolsillo del delantal. Era su madre.

—¿Sobre qué querés hablar? —Preguntó, confundido.

—Bueno… Más o menos se lo conté a Julián al pasar. Está dispuesto a prestarte la cafetería el sábado. Para que hagas la cena. Podrían usar la terraza si la noche está linda.

—¿Qué? ¿En serio me estás diciendo? ¿Me presta Café y Letras para este sábado?

—Sí. Me dijiste que preferías otro lugar que no sea tu casa porque siempre era lo mismo, pero que querías algo íntimo, ¿o no? Bueno, te presta la cafetería.  Eso sí, tenés que dejar todo limpio y ordenado después, Tato, eh. Y no romper ninguna mesa. No romper nada, en realidad.

—¿Cuándo rompo algo yo?

—Tato, ¿te recuerdo la mesita en el cumpleaños de Gabi?

—Así que me presta la cafetería, ¿qué le hiciste?

—Cambiá el tema —rio su madre—. No le hice nada. Se lo pedí. Me dijo que no. Y le insistí un poco nada más.

     Rio.

—Gracias —dijo después de un suspiro.

—No me agradezcas a mí. Ahora… Se ven tan lindos juntos.

—Gracias, má —le dijo con los cachetes ardiendo y feliz.

   Cortó el llamado y cuando volteó para seguir ordenando, vio algo de reojo a un lado de la estantería. Giró la cabeza automáticamente y vio a Fiorella asomada, mirándolo con una sonrisa.

—Hola, lindo.

      No podía ser cierto. Qué pesadilla.

—¿Qué hacés acá?

—Quería verte.

—¿Que te haya bloqueado no te dice nada?

—Dale, aflojá —estiró una mano para tocarle la cara, pero él se retiró a tiempo. —Tu noviecito no está por acá. Tranquilo.

—¿Pero qué tenés en la cabeza? No quiero nada con vos ni con nadie que no sea Gabo, ¿no entendés?

—Tu papá no sabe sobre esto... ¿Qué diría si se entera?

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora