Capítulo 37

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—Me enamoré, y yo no me quería enamorar —dijo Renato sin esperar a nada. 

—¿Qué?

—¡Que me enamoré de vos! ¡Me enamoré de vos! ¡Y yo no quería enamorarme! ¡Pero estoy muy enamorado de vos!

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     Su corazón se paró y luego intensificó sus latidos. Sus ojos estaban clavados en los cafés de Renato, que se veían angustiados.

—Yo también me enamoré de vos.

    Renato lo miró de más, su pecho subía y bajaba. Sus verdes se adentraron más en esos cafés, esperaba que le comunicaran sus sentimientos.  

—Vos tampoco, vos tampoco te tenías que enamorar. Se va a ir todo a la mierda. No quiero que sigamos con esto. Tenemos que seguir siendo amigos, como antes. Todo tiene que seguir como antes.

     Estaba muy angustiado. Lo notaba en su voz, en sus ojitos brillosos.

—Pasá, y hablamos tranquilos —le dijo, queriendo borrar sus lágrimas, hacer un movimiento, pero no hizo nada.

    El castaño ingresó a su vivienda y él cerró la puerta con llave. Lo vio que se acercaba despacio, con la cabeza gacha, hasta su sofá, en el que se sentó después de dejar las cajas en la mesita ratona.

—Tenemos que parar todo —volvió a hablar Renato mientras él se acercaba para sentarse al lado—. Ser los mejores amigos que éramos. Así vuelve todo a la normalidad.

     Estaba en lo correcto. Ese mal presentimiento que había tenido…

—Creo que nunca fue algo físico, eso quise creer.  Y las cosas siguieron avanzando y quedé totalmente perdido, ya no podía salir. Pero lo que leí sobre lo que escribiste de mí… me hizo volver a la realidad. No quiero perderte.

     No quería que pensara que iría a perderlo. Quería que tuviera en claro que, pasara lo que pasara, él iba estar siempre.

—No me vas a perder. ¿Cómo me vas a perder?

     Renato ahí lo miró a los ojos, finalmente.

—No sé.

—Yo te quiero, y no quiero lastimarte.

—Eso ya lo sé. ¿Pero si te lastimo yo? ¿Si todo se va a la mierda? Las historias de mis abuelos, mis padres y la mía con Sofía. El amor lo complicó todo. ¿Te acordás que te conté lo de Sofía? Eso regresó a mí con fuerza este último tiempo. Y además, parece que yo solo sirvo para hacer sufrir, a Sofía, a la amiga de Carolina. Tampoco quiero que peleemos, que se vuelva todo tan horrible como cuando mis padres no dejaban de discutir. No quiero pasar eso con vos. No quiero que te alejes de mí como hizo Sofía. No quiero dejar de ser parte de tu vida.

    Ahora el que no lo miraba era él.

—Vos nunca podrías hacerme mal, Tato… Vos, vos me hacés feliz. Desde que te conozco que me hacés feliz —Sintió arder su nuca. Le costaba expresarse, pero quería hacerlo. Y seguía sin mirarlo para que le resultara más sencillo. —Y nunca me alejaría de vos. —Se obligó a levantar la cabeza para mirarlo—. Yo te quiero —repitió. Sus ojitos otra vez en los de él. Su mano fue a la de Renato sobre su pierna. Fue despacito, temiendo que estuviera haciendo mal y retirara la mano, pero no lo hizo. Depositó suaves caricias y luego la apoyó totalmente, sin apretar, que tuviera la oportunidad de alejarla si quería, pero tampoco hizo eso. —Y yo tampoco quiero perderte. Me muero si un día no estás más al lado, haciéndome reír con tonterías.

    Renato largó una risita que no tenía mucho color, la angustia se colaba en ese sonido.

—Tampoco me quiero perder ningún evento de Harry Potter al que podríamos ir los dos otra vez, aunque seamos viejitos.

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora