Después, el rizado levantó la cabeza y volvió a mirarlo a los ojos. Sonrió un poquito y bajó a dejar besos suaves por su frente, en la nariz, en la mejilla… Cerró los ojos, disfrutando del calorcito que dejaban sus labios en cada beso.
Rulos también depositó besitos ahí, en sus ojos cerrados.
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Y entonces, su estómago rugió y empezaron a reírse sin poder parar.
—Tengo hambre —dijo entre risas.
—Yo también —concordó Gabriel, también sin poder dejar de reír. —¿Vos estás comiendo bien?
—La verdad es que sí, muy bien… —Y se mordió el labio inferior.
Le había salido del alma.Acababa de coquetearle, y vio cómo Gabriel se daba cuenta y se ponía rojo.
—Más o menos. ¿Pedimos pizza? —Se apresuró a decir. Su cara era fuego.
Acababan de hacerse cosas uno al otro, pero ardía ante un comentario.
El rizado tardó en reaccionar.—Eh… Ah, sí… No, yo te voy a enseñar a hacer.
***
Salieron de la cama y mientras Renato se iba al baño a lavarse, él lo siguió para hacer lo mismo, con una sonrisa en su cara por lo que había dicho.
Bajaron las escaleras casi corriendo para llegar a la cocina y buscar los ingredientes. Ninguno de los dos mencionó nada de lo que acababa de pasar.
El silencio los envolvía como una niebla. Mientras él buscaba los ingredientes y Renato sacaba los utensilios, lo miraba de vez en cuando y su corazón parecía a punto de explotar.
Después de buscar en las alacenas, llegó a una conclusión:
—Te faltan todos los ingredientes —dijo.
Fueron a comprar a las corridas, ya estaba por cerrar todo, y al regresar, enseguida se pusieron a preparar la pizza. Hubo risas. Manos sucias. Y caras manchadas.
Una media hora después, se tiraron a sentarse en el sofá, parecían cansados como si hubieran corrido una maratón. Se miró con el castaño y vio que él tenía una manchita en la nariz.Pero Renato se le adelantó a pasarle su mano por su frente y correrle un rulo que le molestaba. Él aprovechó para quitarle la mancha de la nariz con un dedo. Después de aquello y de una sonrisa tímida de parte suya, el castaño dejó de mirarlo, y él hizo lo mismo.
Esperaron a que la masa se elevara antes de proseguir y ponerlas en el horno.
Más tarde, se fijó la hora en el reloj de la sala: eran las once menos diez. Creía que ya había estado bastante. Seguro que Renato estaba esperando a que se fuera después de lo que hicieron. Ardió la nuca y su cara al recordar. No era él cuando estaba con Renato, parecía otra persona.
Ya habían comido. Desde que había llegado a la casa había pasado un buen tiempo.Sin esperar más, se puso de pie, guardándose el celular en uno de los bolsillos de la bermuda. El castaño se lo quedó mirando.
—Son casi las once. Es tarde ya…
—Sí… ¿Te vas a ir? —preguntó Renato, casi no lo miraba.
—¿Querés que me quede?
Renato asintió con la cabeza, sin mirarlo.
—Lo que vos quieras hacer. Yo creo que no hay motivo para que te vayas —dijo después el castaño, esta vez mirándolo—. No hay motivo, ¿no? —Se miraron fijo.

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Por un beso
RomanceRenato y Gabriel son mejores amigos desde la secundaria, hasta que un pequeño suceso cambia todo.