Capítulo 7

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—Séguime la corriente, por favor —susurró. —¿Te puedo dar un beso?

—¿Qué?

     Vio cómo los cachetes del rizado se enrojecían.

—Solo un besito, solo un pico, ayúdame, por favor.

—Bueno —La expresión de su amigo seguía demostrando que no entendía nada.

—¡Amor…! —Gritó entonces, y agarró a Gabriel de un lado de su cara, se acercó y tocó sus labios con los de él.

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      Le dio un beso, pero después otro más, y otro. Sus suaves y esponjados labios pegando con los suyos. Él correspondía.

     Al principio, los labios se daban besos suaves, solo eran besos, pero eso bastó para que se sintiera en otro mundo.

     Después, fue como si se hubieran acostumbrado al contacto y empezó a ser más desesperado.

     Sintió que ardía todo y fue el primero en abrir la boca. Renato le siguió.

      Empujó su lengua dentro de la boca de Renato, que la había abierto, y saboreó cada rinconcito.

    Después fue Renato el que metió la lengua en su boca, y él le permitió el acceso gustoso.

     No había pensamientos, solo sensaciones, emociones, sentimientos. La mente estaba nublada. Solo su interior y su cuerpo reaccionaban en ese momento.

     Su mano, como si una fuerza invisible proveniente de su interior lo empujara a hacerlo, fue hasta la nuca del castaño.

     Sus cuerpos se acercaron más: se rozaban al principio y se apretaron más uno contra otro al segundo siguiente. La mano bajó por el brazo de Renato, acariciando, y agarraba la de él.  

    Se separaron. Estaba nervioso, aturdido, su corazón daba golpes fuertes en su pecho.

    Su mano aún agarraba la de Renato. Su narices casi se tocaban.

    Quería rozar su nariz en la nariz redondita del otro, pero se contuvo.

    Y su amigo todavía tenía la mano en su cara.

     Encontró a Renato mirándolo con los ojos abiertos grandes y la boca entreabierta. Parecía perturbado.

     Se miraban a los ojos. Y él no podía evitar que sus ojos fueran también a parar a los labios del castaño.

—Gracias —dijo Renato, con la voz extraña.

—De nada —respondió, apenas saliéndole la voz.

     Y empezaron a acercarse otra vez… No había retorno.

—¿Buenas tardes? —La voz del hombre volvía a escucharse.

   Eso los alejó uno del otro.

    Se miraron.

    Toda una revolución en su interior, quería correr, pero no sabía dónde meterse. 

—Gracias de nuevo, voy a atender…

—¿Alguien me va a atender o no?

—Sí, ya voy. 

      Todos los que estaban en la mesa miraban anonadados lo que acababa de ocurrir. Fiorella ya no estaba.

     Vio cómo se alejaba Renato hasta el cliente, largó el aire que tenía contenido en su interior y se obligó a dejar de mirarlo, algo que de pronto no podía evitar hacer, como mirar sus ojos o los labios, que se movían al hablar. Fue directo a la zona de los libros, al fondo de todo.

Por un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora