One Shots || BTS

𝕰𝖋𝖎𝖒𝖊𝖗𝖔 { 𝕳𝖔𝖕𝖊𝖒𝖎𝖓 }

El sol se alzaba entre las nubes, haciendo contraste con el frío clima de la tarde, por eso sus manos ocupaban los bolsillos de su chaqueta. Sin embargo, sus pies descalzos paseaban cerca del agua, que no llegaba a tocarlos. La arena se hundía con cada paso y comparaba sus huellas con las de NamJoon. Era una diferencia cómica, puesto que era bastante más alto que él.

El silencio era sepulcral, preocupando a JiMin, ya que aunque NamJoon no era alguien que hablase por los codos, no solía estar así de pensativo cuando estaban juntos. Supuso que algo tenía ocupada la cabeza de su amigo, pero temía preguntar por si era demasiado personal. Nunca le había gustado en demasía interrogar acerca de los problemas ajenos por miedo a ser molesto, se limitaba a esperar a que la otra persona hablase o simplemente la apoyaba con abrazos y palabras silenciosas.

Jugó un rato con el vaho que salía de su boca al haber tanta diferencia de temperatura, mientras contemplaba el mar de reojo. Las olas se alzaban imponentes a lo lejos y las aguas rugían con furia debido al fuerte viento vespertino que se había levantado. No le extrañaba, era algo bastante común en aquella época del año, y a él le fascinaba ese hecho. Se había pasado tardes enteras en la playa durante el invierno, cuando la calma parecía reinar la estancia al solo existir él en la inmensidad del hermoso y enigmático lugar. Le gustaba sentir el viento golpeando su cara y revolviendo su pelo, le encantaba que el agua se abalanzase con fuerza para tratar de alcanzarlo y amaba que la lluvia acabase empapando cada célula de su piel cuando caía con intensidad. Siempre iba a pensar o a evadirse, a escapar de su rutina y de su monotonía. Desde que tenía memoria, la única gran aventura que había vivido había durado tan solo una semana. Y ni si quiera le gustaba recordarlo.

Escuchó una suave risa a su lado y giró su rostro para encontrarse con la tierna sonrisa de NamJoon, enseñando aquellos bonitos hoyuelos que aparecían cerca de sus labios. La belleza de NamJoon era indiscutible, aunque no muchos pudiesen apreciarla como era debido. Era un chico capaz de cautivar con una sola mirada, siendo su elocuencia una de sus características más destacables, a parte de su gran inteligencia y su extraordinaria amabilidad. JiMin rió levemente e hizo un puchero, porque probablemente NamJoon se estaría riendo internamente de su actuar tan infantil.

-Eres como un niño pequeño jugando con el vaho - se burló el más alto, afirmando la teoría de JiMin.

-¡Jesús! ¡Aleluya! Pensé que te había comido la lengua el gato - exclamó JiMin.

NamJoon volvió a reír ante la actitud de su amigo. JiMin siempre le había parecido un chico adorable, a pesar de que llegaba a tener mucho carácter dependiendo del momento en el que se encontrase. Recordaba que la única vez que habían llegado a enfadarse de verdad, JiMin había logrado asustarlo. Poco le había faltado al chico para lanzarle algo a la cara y solo se había parado porque NamJoon era bastante pacífico y le había pedido que se calmase. JiMin era muy emocional, como un libro abierto, y cualquier nimiedad podía llegar a ser un gran problema para él, por lo que siempre iba con cuidado a la hora de contarle las cosas para no hacerle daño. Sin embargo, el asunto que lo traía dándole vueltas y vueltas a la cabeza no era algo que pudiese suavizar, pues era consciente de lo mucho que JiMin seguía sintiendo acerca de aquello.

-Ayer me topé con HoSeok.

Las palabras calaron en lo más fondo del muchacho y por un momento dejó de oír los latidos de su corazón, pero trató de mantener la calma. Miró una vez más al oleaje frente a ellos, intentando apaciguar sus intensas emociones ante la mención de ese nombre, pero simplemente no podía evitar que sus sentimientos estuviesen igual de revueltos que aquel mar tan enfurecido. Tantas preguntas que jamás habían sido respondidas; tantas lágrimas derramadas entre tantas llamadas perdidas y mensajes olvidados; tanto amor guardado y abandonado en una caja; tantos recuerdos efímeros de lo que fue; y tantos lamentos entre un sempiterno malestar. Porque, en lo más hondo de su corazón, seguía viviendo una pequeña llama que había estado esperando durante años a volver a avivarse. Él jamás se lo había permitido, guardando a buen recaudo el fuego, pero sin atreverse a apagarlo.