22. Sin máscaras

2.6K 354 40
                                    

Víctor

«Sabes que cuentas con mi apoyo, que las puertas de esta hacienda están abiertas para ti y mis nietos»; fueron las últimas palabras que me dio Agnes antes de partir de la hacienda, de vuelta a Trenton. Me costó convencerla de que no viniera conmigo, no quería que se involucrara en este asunto que solo yo debo solucionar. Acepté una única ayuda de su parte, a la que solo recurriría de ser muy necesario. Por todo lo demás le prometí volver con mis hijos para que los conociera.

Fue un viaje más corto que el de ida, durando cuatro días en carretera. No tenía a dónde llegar ya que mi pent-house lo vendí, por lo que resolví por hospedarme en un hotel. Al menos tuve la sensatez de quedarme con un par de trajes para estar presentable cuando llegara el momento de dar la cara. Me corté el cabello, quitándome la barba, pasando de ser un tipo en apariencia descuidado a uno irreconocible.

Me costó salir de la capsula en la que estuve hibernando durante casi dos meses después de que me fui de Trenton. Recorrer las calles de esta ciudad me hizo sentir extraño, en otro mundo, como si el estar en el campo labrando la tierra y tomando las riendas de un caballo fuera mi realidad y la urbe un sueño.

No pude dormir anoche; lo que me reveló mi hija, lo que ya sabía con antelación, todo se sumó para que quisiera de una vez acabar por cuenta propia con esta maldición que me acompañó toda la vida. Me querían a mí, buscaban con quién desquitarse, así que volví para dar la cara y que sea quien reciba toda la mierda que quieran descargar.

Mi primer destino fue la firma Bathory y Zoellick. Nadie se esperaba mi regreso, algunos incluso dudaron en saludarme pues creían que haría algo malo si se atrevían a dirigirme la palabra y creo que era por mi expresión porque no estaba de buen humor.

Convoqué a una reunión con Henry Butch, pidiéndole a su asistente, Hasley Snow, que fuera por Néstor y Nathan Zoellick. Reunidos en la sala de juntos que es usada para las grandes charlas con los principales abogados en la firma, espero con Henry, sentado en la silla que encabeza la larga mesa, pensando que no darán la cara por todo lo que he hecho.

Podré haber sido un malnacido con Néstor al arruinar su matrimonio y su relación con mi hermana, pero lo que hizo fue peor, mucho peor.

Quería respuestas, que me dijera en la cara los motivos, andarme sin mascaras pues viví de ellas y ya estaba harto, solo que me vi en la necesidad de pedirle a Henry que estuviera presente porque era seguro, no sería capaz de controlarme.

—¿Está seguro de esto, señor Bathory? —pregunta el hombre a mi derecha, quien durante todo este tiempo no se atrevió a hablarme.

Lo miro de reojo, con solo eso comprende que no hay vuelta atrás. Nadie me convencerá de que deje este asunto en manos de otros. Soy el perjudicado, quien debe estar al frente y quien encare al enemigo.

Llaman a la puerta; un «pase» dicho por Henry da el permiso para quien esté del otro lado, ingrese.

Del otro lado de la puerta se asoma una rubia secretaria cuyo vestido es más recatado a los que está acostumbrada; tal vez Henry le pidió lo que yo no, el estar más decente al presentarse en la firma. Tras ella está mi viejo amigo, con quien antes nos confiábamos el más mínimo detalle. Está muy cambiado. Su cabello es más largo, su barba igual, parece un vagabundo en traje. Nuestras miradas cambian cuando somos conscientes de la presencia del otro, nuestra postura es rígida, hasta el ambiente es denso alrededor. Sólo que él es el primero en apartar el rostro, mostrando clara derrota.

No hay saludos de por medio; la asistente le cede el paso y él ingresa, parándose tras el asiento que encabeza el otro extremo de la mesa. La rubia se marcha sin despedirse, comprendiendo la conversación delicada que está por efectuarse.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora