31. Nunca fui un buen padre

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Víctor

Se me conoce por ser muy persuasivo; hasta que no consigo lo que quiero, no dejo de insistir. A eso, hay que sumarle que, si se trata de una mujer, me valgo de todo pasa seducirla. Solo que con Francesca no es fácil.

No es cualquier mujer que con palabras seductoras llevaré a la cama. Es la mujer que deseo, la que me volvió loco porque no la podía tener, la que, cuando la tuve, fue mi adicción, que me atrapó de tal forma que no me la podía sacar de la cabeza y que se metió tan hondo que la única manera de borrarla era arrancándome el corazón, un acto imposible.

Por eso no la pude convencer de que intimáramos.

—No hasta que estés bien —replica, disgustada, poniendo esa cara austera que tanto me prende.

Quinto día en la mansión, confinado en mi cuarto del que no salgo por orden de Francesca, Dominic y hasta del ama de llaves; recluido sin motivo porque según el doctor debo guardar absoluto reposo y eso no va conmigo. Me trajeron hasta una televisión pero ni eso me quita el aburrimiento porque poco me gusta estar prendido a un aparato, prefiero un libro o conversar con alguien, por eso cuando vino Francesca fue un alivio, aunque sí lo considero mejor, es una tortura porque no la puedo tener como quiero.

Sentado al borde de la cama, abriendo las piernas para posicionar a Francesca en medio, dejo que mis manos tras su espalda se cuelen bajo su ropa, apreciando esa cara de pocos amigos que me dedica, hasta arquea el cuerpo hacia atrás para guardar distancia, pero solo basta con una media sonrisa mía para que deje la molestia.

Por segunda vez se relaja, acunando mi rostro y agachando la cabeza para darme un beso. Complacido lo recibo, afianzando su cuello para hacerlo más demandante.

Es fascinación la que me da, pensar en todo lo que pasamos para estar en este punto. ¿Qué hubiese sido si no me hubiera ido? ¿Sería lo mismo, estaría igual de idiotizado por esta mujer? ¿Ella me seguiría queriendo como ahora? Ya nada me quita la satisfacción de que la tengo solo para mí, que ya los obstáculos fueron superados y que ella corresponde a este sentimiento que le profeso.

Probando de sus carnosos labios, dejo que en mi cuerpo se eleve la temperatura, que me embriague con su perfume, me atrape con sus caricias, esas que por donde quiera que pasen me dejan más que ansioso poniendo a prueba mi autocontrol. Dejo de besarla para saborear su piel, comienzo desde su mentón, bajando por su cuello hasta llegar a su hombro el cual despejo, desabotonándole la blusa que lleva puesta. De nuevo ella arquea el cuerpo al tiempo que me toma de rostro con firmeza, alejándome.

Nuestra respiración es pesada, el calor entre nosotros es insoportable, ni qué decir del placer que embarga nuestro rostro. Es tan preciosa verla así, solo por mí, con esos ojos encendidos rogando que siga, solo que no se dará ya que le preocupa mi estado. Mandaría al carajo mis lesiones, el dolor, todo, solo para complacer su deseo, pero las punzadas en mis costillas me obligan a detenerme. Contrayendo las facciones de medio rostro, mando la mano hacia esa zona, como si eso fuera a hacer alguna diferencia.

—¿Te duele mucho? —pregunta, sosteniéndome por debajo de mi mandíbula, dándome un beso corto en los labios.

—Si —respondo con voz forzada, suavizando mi expresión para tranquilizarla—, pero nada importante.

Nos quedamos en silencio, como antes, enrollando mi brazo sano alrededor de su cintura, y con el otro, con un poco de esfuerzo, le acaricio la mejilla y el pecho que tiene descubierto. Pasa sus manos por mi cabello, peinándolo hacia atrás, mirando el recorrido, a su vez que su rostro cambia, de la felicidad a la seriedad. Meditativa se queda ahí, ordenando mi pelo.

—¿Pasa algo? —pregunto, dejando de acariciarla bajo la ropa.

Me mira enseguida, quedándose quieta. Su expresión se transforma; hay duda, preocupación tal vez, no sabría decir. Tensando la mandíbula, aparta el rostro a un costado. No comprendo qué pasa, cómo de un momento a otro se comporta distante, hasta tiembla, temiendo quizá por lo que me dirá.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora