38. Como en familia

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Víctor

—Esto no es de Dios, Víctor, no es de un hijo que viene con su madre, se va y luego se olvida de ella como si nada. Estoy muy decepcionada. Hasta sufriste un accidente y ni tuviste la decencia de decírmelo. Casi me da algo al saber que estuviste en el hospital y solo hasta hoy me vine a enterar de eso. Víctor Alexander, cuando vaya a Trenton espero me tengas una explicación...

Esa es mi madre, y aquí estoy, viajando de vuelta a Trenton luego de una larga semana con Francesca en las playas de Farana.

Quería llamarla desde hace rato, pero del viaje imprevisto que hice, se me olvidó pedirle un número, así que, como es lógico, está muy afligida de que no la contactara. No sé cómo le hizo pero conseguir mi teléfono, por lo que ahora oigo su reclamo.

Yendo a casa de Francesca para descansar del viaje, le comenté el por qué no tuve oportunidad de llamarla antes, no le oculté que me accidenté, aunque creo fue un grave error porque no deja de reprenderme, y de hablar. Lo que menos puedo hacer es oírla, deseando que se calme para lo que tengo que decirle. Para mí es importante que lo sepa.

—... Y no me vengas con que lo olvide porque no, no pasará, no dejaré de preocuparme por ti, así estemos lejos. Es más, es que voy a ir para allá, quiero saber si estás bien por lo menos.

—Mamá —menciono, mirando por la ventanilla del taxi, apreciando el cielo despejado y el sol de mediodía que se asoma por la ciudad. Veo de reojo a Francesca que desde que atendí la llamada no deja de estar sorprendida; entre tantos embrollos no le he contado sobre ella, de hecho a nadie porque no sabía cómo tomarían el que les ocultara la existencia de Agnes, quien según Johanna estaba muerta—. Me casé —le informo sin más.

Silencio del otro lado de la línea.

—¿Qué? —espeta, luego de estar callada un largo rato.

—Me casé, quería que lo supieras, y que también serás abuela de nuevo. —Otra vez silencio y esta vez parece que me toca hablar para saber qué opina—. ¿Mamá?

—Dirás bisabuela —plantea. Creo que piensa que ya no estoy en edad de engendrar hijos, pero aún puedo.

—No, abuela —aclaro.

Espero paciente a que diga algo, hasta que al fin oigo un quejido.

—¿Cuándo nacerá? —pregunta, con la voz afligida por el llanto. Las mujeres son muy emocionales con este asunto, tengo la prueba fehaciente de Francesca cada que le consiento el vientre.

—Dentro de cuatro meses —respondo, elevando una comisura de mi boca cuando Francesca se acerca para tomar mi brazo y estrecharlo.

—¿Y la boda?

—Fue de improviso —informo, mirando por reacción la mano que Francesca sostiene, donde porto la argolla de casados.

—¿Pero cómo así? —inquiere, imaginando esa cara de asombro que de seguro tiene.

Le explico cómo fue todo, desde quién es la mujer con la que me casé, la propuesta de matrimonio y hasta el viaje que realicé a Farana en donde pasamos por una antigua parroquia y decidimos realizar la boda allí. Fuimos vestidos de blanco, muy acordes al clima tropical, compré los anillos casi a la medida y costándome convencer al sacerdote, nos casó frente al altar.

No necesitábamos de fiestas para celebrarlo, tal vez de nuestra familia, pero era más el afán de hacerla feliz, cumplir lo que me pidió, de casarnos cuanto antes, que al quinto día de estar en Farana, preparamos lo necesario para efectuar lo que tarde o temprano pasaría.

—Quiero que la conozcas, también a mis hijos —menciono, pensando en lo feliz que sería ese encuentro de toda mi familia con ellos.

—No lo sé, hijo, no quiero causar discordias. —Frunzo el entrecejo, más que liado por lo que acaba de decir.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora