35. La mujer perfecta

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Víctor

Es bien dicho que hay personas que llegan a tu vida, dejando una huella imborrable, bien sea para hacer un cambio bueno o dejarte una lección de los errores que cometiste con ella o esa persona contigo. Aprendes a ser más fuerte, más compasivo, aprendes eso de lo que careces, reforzándolo para bien o mal.

Tal vez Johanna forjó al hombre que soy ahora, metódico, frío, serio, y sí, me dañó en aspectos como creer en las personas y resentirme con la vida misma por no obtener lo que quería. Interfirió en mis relaciones, en cada una de ellas, donde cada vez dejé de creer en el amor, en que merezco afecto de alguien porque creía que no lo merecía, volviéndome igual que ella.

Pero están otras personas que te demuestran que hay segundas oportunidades, que no todo está perdido, que te quieren con todos tus fallos y están ahí para darte una mano. Están esas personas que no importa la hora del día, no importa si les hiciste daño, ahí están, esperando que seas el de antes, que tienen la esperanza de que seas algo mejor; una de ellas es Francesca.

Tenía el consejo de mis abogados, pero eran por cosas del trabajo, tenía a Nadia que lo único que veía en mí era un banco, alguien que cumpliera sus caprichos. Tenía a mis hijos, pero por todo el daño que les causé no me escuchaban. No obstante, llegó ella y me hizo cuestionar por qué le importaba saber sobre mí. Me confundía mucho porque su actitud, su trato era igual a todos los demás, en cambio, estando conmigo, en la intimidad, era diferente, preocupada, atenta. En todo ese tiempo en que me convertí en el desalmado que era, nadie se atrevió a preguntarme sobre mi día a día, si necesitaba algo o me insistía que le contara sobre mis aflicciones. Y llegó ella, cambiando mi manera de ver las cosas, desafiando mi mente, abriéndome de a pocos.

Fue difícil aceptar que ese sentimiento que cada vez crecía por ella no sería correspondido. Pero la vida da muchas vueltas y ahora tengo el privilegio de decir, que a pesar de mi prepotencia, arrogancia y frialdad, conseguí que esa mujer que me dejó como un idiota enamorado, estuviera conmigo y pronto fuera mi esposa.

Esposa... marido y mujer, suenan muy bien esas palabras, saber que ella será mi mujer, solo mía.

La velada en el restaurante fue sublime, verla reír, hasta llorar de la emoción por cada detalle que le di, porque no fue solo un anillo y alquilar todo un balcón para una cena los dos solos, también fue un paseo en limusina por la ciudad, parar en una dulcería para cumplir uno de sus tantos antojos y el que pronto sería nuestro hogar.

Cuando llegamos al aeropuerto donde nos esperaba un avión privado para escaparnos por varios días del mundo, casi desistimos de viajar porque ella no quería, sin embargo, como pude la convencí, diciéndole que contaría como luna de miel.

Ahora estamos en el hotel para pasar esta semana solo los dos. Estamos en Farana, una playa al norte del país, un lugar que una vez visité sólo por motivos de trabajo y que me gustó por la majestuosidad de sus paisajes.

Luego de horas de viaje, ya estamos instalados en la cabaña junto al mar, una que reservé con tiempo y que era solo para los dos. Cuando llegamos ya había amanecido, y aunque sentíamos el peso del viaje, la falta de sueño, por mi parte quería empezar lo que por meses tuve que esperar.

Francesca camina por el espacio apreciando todo, deslumbrada por el magnífico paisaje. Va hacia el balcón de la habitación, cuya puerta corrediza deja ver el mar en plenitud, la combinación del mar y el cielo infinito que se extienden más allá. Me paro tras ella, abrazándola por la cintura; corresponde entrelazando sus dedos con los míos, pegando más su espalda en mi pecho.

—¿Te gusta? —le murmuro al oído, despejando su cuello para darle un beso.

—Sí, pero no tengo ropa. En serio, esto es de locos, al menos debiste avisarme para tener la maleta preparada —reprende, girando el rostro para advertirme.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora