28. ¿Más secretos?

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Víctor

Las palabras de los viejos son las más sabias. Desde chico respeté los consejos del abuelo y de mis padres, de los profesores e incluso cuando estuve en la firma, de cada abogado que me superaba aunque fuera por un año. Cuando estuve en Winston no hubo día en que no hablara con Agnes, siguiendo sus consejos que aunque le aseguraba que no los llevaría en práctica porque supuestamente no volvería a donde pertenezco, ahora reconozco que me sirvieron para llegar a esta catarsis.

Solo bastó un abrazo y una promesa para conseguir una oportunidad, ya no podía seguir con este rencor, debía aliviarlo, convencerme de una buena vez que Torrance es muy diferente a Johanna, que está dispuesta a aceptarme con mis errores. Tomará tiempo, lo admito, porque no es fácil ver a la cara a quien hiciste sufrir, tengo que dejar el orgullo y la pena de lado para enterrar mi pasado.

Dejé que mojara mi bata con sus lágrimas, así como yo permití que su llanto calara hondo, me despertara, dándome más que motivos para mejorar de aquí en adelante su vida y la mía. Luego de que se calmó no necesitamos más palabras, con sólo mirarnos comprendimos nuestro rol, quedando entre nosotros esta complicidad para reparar esta fragmentada relación padre e hija, más ahora con lo que tendría que decirle. No depende de ella sino de mí, y espero seguir con la entereza para darle la mano cada que lo necesite.

La observo con detenimiento, el cómo se limpia con arrebato las lágrimas, costumbre que de pequeña siempre tuvo porque no quería mostrarse débil con los demás, recordándome a un yo más joven que detestaba la lástima. Serio, me preparo para lo que tengo que decirle y no quiero, pero es inevitable, merece saberlo.

—Tengo que decirte algo sobre tu madre —enuncio, después de que se enjugara los sollozos y peinara su cabello con ambas manos.

—¿Más secretos? —ironiza, disgustada por cierto, pero al negarle con la cabeza, frunce el entrecejo. Recelosa guarda silencio, analizando mi postura—. A estas alturas no me sorprendería que sea otra cosa mala que haya hecho.

—Es respecto a su muerte.

El silencio mutuo, nuestras miradas y expresión, basta para que encuentre respuesta a lo que quiero decirle. Sus ojos se empañan, su gesto se contrae, niega con la cabeza, incapaz de creerlo.

—Ella murió de forma natural, eso dijo el doctor —alega, retrocediendo un paso, con las manos en el pecho.

—Me temo que no fue así —repongo, tensando la mandíbula al oírla soltar un quejido, romperse en llanto. Se encorva, estando a nada de caer de rodillas al suelo, por lo que le extiendo la mano para que la afiance.

Dudosa me mira, niega pero al final se doblega. La halo hacia mí cuando cede a mi petición y como antes, la refugio contra mi pecho, abrazándola para que llore todo lo que necesite.

—¿Lo sabías hace rato y ahora me lo dices? —reclama, empuñando mi bata, al tiempo que talla contra mi hombro su rostro, lamentándose más fuerte. Aunque me duele el que me agarre así, lo soporto.

—No, lo supe minutos antes de sufrir el accidente —respondo, impostando la voz por el ardor de las heridas en mi pecho.

Otra vez, en silencio y esperando hasta que se sequen sus lágrimas, nos quedamos en ese ínfimo lazo por varios minutos. Cuando ya sólo solloza en silencio, se aparta, mirándome furiosa esta vez, pero no conmigo.

—¿Sabes quién es? ¿Lo harás pagar? —pregunta, con la respiración alterada y el entrecejo fruncido.

—Lo conozco —aseguro con firmeza—, pagará por lo que hizo, de eso no hay duda.

Conforme con mi palabra, asiente. Sorbiendo por la nariz se seca las lágrimas. Da media vuelta para marcharse, no sin antes verme por encima del hombro.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora