42. Me encontré

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Ethan

Hace un año, la navidad y el año nuevo fueron las más tristes que tuve. Pero en realidad, poniéndolo en perspectiva, todas mis navidades no fueron animadas o alegres porque sólo éramos mi padre y yo, los dos solos intentando pasar la noche buena, frente a un televisor. Cuando Janeth nos invitaba a pasar la navidad con mi madre y Meredic, nos íbamos temprano de la celebración para pasar el resto de la noche durmiendo en el hotel.

Esta última navidad la vi como el comienzo de algo significativo porque después de mucho tiempo no me sentía solo con mi padre. A pesar de todo lo que pasó, Néstor lucía renovado, como si se estuviera dando otro chance para cambiar, y no sé si fue por las buenas noticias que recibió, porque dejó atrás todo lo que le atormentaba o porque supo los tantos secretos que distorsionaron la buena percepción que tenía de Johanna Bathory. Ahí estaba, con la frente en alto, sonriéndole a la vida, recomenzando. Y creo que también influyó el que Janeth esta navidad nos acompañara, dándonos más de una buena noticia, como que vendría a vivir a Trenton, para, según ella, vigilarnos a mí y a mi padre, aunque sé que lo hace para apoyarnos en esta nueva etapa de nuestras vidas, Néstor montando su pequeño negocio de carpintería y yo estudiando letras.

Con Torrance no tengo nada que decir, solo que me tiene a sus pies porque siento que me conoce más que yo a ella. Sabe mis debilidades y fortalezas, lo que me hace feliz o lo que me enoja, como por ejemplo que me tenga aquí, otra vez prisionero en mi propia cama, ella sobre mí con ese precioso vestido rojo pareciendo una princesa de cuento juvenil. Su cabello está recogido en una coleta, despejando su perfilado rostro, hasta se ha pintado los labios de rojo, preparándose con antelación para recibir el año nuevo. Cuando salía de bañarme, le dije que no sabía si ir a su casa para compartir un rato con su familia; grave error. No me dejó ni defenderme, solo me tumbó en la cama y como la otra vez, se sentó justo sobre mi entrepierna, saltando cual conejo.

—Vamos, vamos, vamos, vamos... —repite hasta el cansancio, solo que en vez de molestarme el que me insista tanto, me tienta un montón. Verla en ese vestido, sus pechos rebotar y esa cara de ruego que se me resulta tan seductoramente inocente, es inevitable que despierte lo que tengo entre las piernas.

—Torr, para —solicito, colando mis manos hacia sus tersas piernas, apreciando las bragas rojas que tiene puestas; ella y su gusto por ese color es una jodida debilidad más que se suma a mi listado.

Frena mis intenciones de tocarla bajo la falda, dándome una fuerte palmada en cada mano. Arrugo la nariz, escrutándola con molestia por no dejarme acariciarla.

—No hasta que me asegures que irás conmigo —advierte, cruzándose de brazos, haciendo un puchero que me cuesta tomar con seriedad porque luce preciosa cuando arma berrinche.

Enfoco el techo, rogando por paciencia. Esta mujer me domina en todo sentido, estoy a su merced y no me puedo negar porque sé que en contra de las malas ideas que me hago, como que todo saldrá mal, en realidad el resultado es mejor de lo que me esperaba.

La observo de vuelta cuando otra vez da sentones, en esta ocasión apoyando sus manos sobre mi pecho al descubierto; esto es una tortura, una muy buena.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Vienes o vienes? —Arquea una ceja, una expresión sugerente, mordiéndose el labio de forma seductora.

—Vaya opciones las que me das —ironizo, rodando los ojos.

—Me lo prometiste, así que tienes que venir. —Se acerca más, apoyando sus codos a los costados de mi cabeza. Sus pechos se pegan a mis pectorales, su nariz roza la mía y sus ojos como pozos de miel me endulzan la vista—. Además que estaré contigo y solo será un rato, no quiero que pases año nuevo sin tu papá y tu hermana.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora