39. Felicidad absoluta

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Víctor

Navidad, la época que más odiaba del año porque siempre la pasaba solo. En las reuniones que hacía Johanna, invitando a gente que solo iba a criticar, si acaso fui dos veces por insistencia de Dominic, y fueron hace años, cuando él era muy pequeño.

De resto me la pasaba solo; mientras mi hijo aún vivía conmigo lo dejaba con Johanna y me iba, pasando la víspera de navidad o de año nuevo en un bar o en el apartamento, bebiendo hasta perder la conciencia. Si tenía oportunidad, estaba acompañado de una desconocida, sexo de una noche.

Ahora, quién iba a imaginar que pasaría mi primera navidad luego de tanto, casado, en una casa nueva, y mucho menos, es que nunca me vería como justo estoy ahora, con guirnaldas en el cuello e instalaciones de luces alrededor del brazo, adornando mi hogar para la época.

—Víctor, las vas a enredar si las enrollas así en tus brazos —reclama Francesca al otro extremo de la sala. Ayuda a Hope pasándole esferas y estrellas de adorno para decorar el árbol, inmenso por cierto, casi toca el techo.

—Sé lo que hago, mujer, no empieces —rezongo, pero solo para provocarla.

La imagen que mi esposa me regala es la mejor en mucho tiempo. El embarazo le ha sentado de maravilla, su piel es más suave, sus senos son voluptuosos, sus caderas anchas como me encantan y sus labios deliciosos cada que los pruebo. Pero lo que más me gusta es su vientre. Ya siete meses de embarazo le sientan tan bien que no cuento la hora de ya tener a Franco o a Victoria en mis brazos.

Me prende cuando se enfada, como justo pasa ahora; esa es la intención con el comentario que hice. Sonrío de media boca siendo engreído solo para irritarla más, sin embargo me conoce tan bien como yo a ella; retira la mirada y sigue en lo suyo.

Aprecio su bella figura, el pijama que viste; un pantalón holgado color rosa, con un camisón de tirantes que cubre bien su pronunciado vientre pero deja ver con esplendor sus redondos senos gracias al escote. Para ocultar su piel expuesta tiene un saco de lana blanco, abierto al pecho. Es preciosa sin duda, preguntándome aún si la merezco.

Cuando termino de arreglar las instalaciones, voy hacia ella para poner las luces en el árbol, colocándolas bajo la indicación de Francesca, rogando por paciencia porque estos últimos días está irritable, no sé si por sus cambios hormonales o por los dolores de espalda que le dan. Cuando termino, subido en un banco, coloco la estrella más grande en la punta del árbol. Estoy conforme con el resultado.

—Bien —comenta Francesca, con las manos sobre su cadera—. Ahora falta toda la casa.

Ruedo los ojos ante ese insignificante detalle. Será un largo día porque al ser el hombre de la casa me pondrán los trabajos más pesados. Terminamos el comedor y el comedor hasta la tarde, quedándome con un dolor de espalda que creo, me va a afligir por varios días.

Caigo en el amplio sofá, estirando los brazos sobre el borde del espaldar, mandando la cabeza hacia atrás, mirando el techo. Estoy tan exhausto que no creo levantarme de aquí. Alguien se sienta a mí lado, dándome un beso en la mejilla.

—Eres cruel, Francesca, no estoy para esto, te dije que dejáramos solo la sala adornada, no toda la casa —recalco, mirándola de reojo desde mi posición. Acaricia una de mis piernas de arriba abajo, incitándome, sonriendo de media boca con coquetería.

—Deja de quejarte, admite que quedó hermosa la casa.

Me enderezó dando un vistazo alrededor. Escogimos colores rojo y dorado para adornar cada rincón, moños, esferas y estrellas. La decoración le da un aire más acogedor al interior, en especial el árbol que ocupaba un buen espacio en una esquina de la sala.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora