37. ¡Maldita loca!

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Ethan

Paso el resto de la tarde con mi padre hablando de mis estudios, casi no comenta de él así que respondo a sus preguntas. Al caer la noche me despido, prometiéndole que vendría el lunes a pasar el rato con él.

Manejo distraído por las calles de Trenton, evadiendo las avenidas más transitadas por la hora pico. La situación que mi padre me pinta es normal, lo toma tan bien y sé que es para que no me preocupe pero igual lo hago porque luego tener que visitarlo a la cárcel es desilusionante. He hablado con mis hermanos para que le muestren su apoyo, pero Meredic sigue diciendo que no tiene padre y Janeth está muy decepcionada con él, siendo yo el único que le brinda una mano. A mi hermana sé que se le pasará ese disgusto, pero espero no sea tarde.

Mientras manejo reviso el celular; Torrance ya debe estar en el apartamento, solo que no me avisó, a veces se le olvida. Le mando un mensaje para saber si ya está en mi apartamento pero no recibo respuesta. "Debe estar ocupada preparando la cena"; pienso.

Al llegar al edificio, parqueo mi auto en el subterráneo y subo al ascensor, directo al piso donde queda mi apartamento. Al entrar me extraño; el interior está a oscuras, ¿dónde está Torrance?

—Torr —llamo, adentrándome al espacio con cuidado.

A la mente se me viene el mensaje que me dejó Nathan, teniendo un mal presentimiento. No, no quiero pensar en que algo le pasó, solo que, se me hace muy raro.

Prendo la luz de la sala, luego voy a la cocina; hay unas ollas en la lumbre cuya comida está a media cocción.

—Torrance —llamó, subiendo el tono de voz. Esto ya no está bien.

Salgo de la cocina, sacando mi celular. Mientras busco el número de Nathan, me dirijo a mi cuarto con la esperanza de encontrarla allí, dándome un escalofrío en el pecho por lo que veo.

—Qué bueno que llegaste, amor, te extrañé —¿Qué mierda hace Rachel aquí?


•••


Torrance

Creí que en este mundo no conocería a alguien más zafado que yo. He cometido muchas locuras, desde drogarme, robar, desafiar a alguien que me supera en fuerza tentando la suerte, pero creo que eso queda pequeño al pensar en Rachel y lo que hizo.

Recobro la conciencia por el dolor de cabeza, aún todo me da vueltas y tengo náuseas. Trato de levantarme pero no puedo. Al abrir los ojos me espanto; no puedo moverme porque estoy con las manos atadas a la cabecera de la cama con un par de corbatas. Mi nuca está en una mala posición, contribuyendo a que el golpe que recibí en esa zona sea insoportable, hasta puedo jurar que estoy sangrando porque siento húmeda la piel allí.

Pero eso no es lo que me da un susto de muerte.

Rachel se sienta al borde de la cama, a mi costado derecho, aún en paños menores, y a su lado está Krueger, dormido, demasiado tranquilo para mi gusto porque lo consiente y él ni se inmuta. Esto no me gusta.

—Descuida —menciona Rachel de repente, sin dejar de ver y acariciar a mi gato—, no sería tan cruel de matarlo. Le di algo para dormir, es todo.

Vira el rostro en mi dirección; no hay emoción alguna en su rostro, hay una frialdad impropia que no le conocía porque siempre que me la encuentro, o me mira con desdén, o con odio.

Se gira de modo tal que se sube a la cama y queda de rodillas, sentada sobre sus piernas, cerca de mí. Se me queda viendo un largo rato, como si me estudiara.

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora