27. Todos cambiamos

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Víctor

Pruebo sus labios con devoción, memorizando cada toque. Mi lengua explora su boca, la tiento a cada segundo. Se desinhibe, suspirando a veces cuando muerdo sus carnosos labios, tirando de ellos. Al estar sentado y ella de pie a mi costado izquierdo, bajo mi mano, de su cintura a su trasero, dejándola ahí, tanteando a medias. Poco a poco nos encendemos; Francesca cuela su mano bajo mi bata, recorriendo mi pecho, teniendo cuidado cuando gruño con molestia; cada que me quejo se aleja pero no la dejo, mordiéndole el labio inferior.

Aunque me cuesta respirar me regulo, solo que no basta, me agito con la sola idea de tenerla de regreso. Sin contenerme aprieto uno de sus glúteos; gime por mi atrevimiento, deteniéndonos, solo que atrapo su labio; no quiero parar. Con una mano subo su vestido; pretende por tercera vez separarse, así que se lo permito.

—Víctor, aquí no —pide, apoyando su frente contra la mía. Está igual que yo, provocándome en demasía su rostro sonrojado, reteniendo el deseo que la posee.

—Lo que te haría, mujer —murmuro, apretando su trasero; ahoga un gemido al tiempo que da un brinco. Trazo círculos en su pierna, alcanzando a tocar su piel bajo la ropa, deleitándome con su rostro descompensado, mirándome con ruego de que pare, o siga, no sé.

—Nos pueden ver —sisea, abriendo bien los ojos en un gesto de obviedad; en vez de detenerme, me incentiva a continuar. Subo la mano metiéndola bajo la diminuta prenda interior, llegando al inicio de la división de sus glúteos, a tientas de seguir bajando. Se muerde el labio, mirándome en suplica que me detenga, poniéndome peor. Mi miembro palpita, duele, queriendo calmar esta ansia cuánto antes—. Para, por favor.

—Hagámoslo aquí. —sugiero. Alarmada, niega con la cabeza—. Mira cómo me tienes —le reprocho, mirando y agachado la cabeza un segundo en dirección a mi entrepierna. Ella ve en esa dirección pero no nota lo que esconden las sábanas—. Quiero sentirte.

El comentario saca ese lado en ella que no logro descifrar. Severa me mira fijo a los ojos, se acerca despacio hasta que estoy a un roce de tocar sus labios. Me vuelve a besar, me impaciento por tenerla contra mi piel; mi mano que sigue sobre su glúteo lo aprieta, extasiándome de sus quejidos. Esto consigue lo que no vi venir. De repente siento su mano bajo la sábana, rozando mi abdomen hasta el límite de mi ingle y se queda allí.

Dejo de besarla, endureciendo el semblante, me topo con su mirada traviesa. Lo que hace es sólo para incitarme, pero nada más.

—¡Joder, Francesca! Te juro que si no paras, no sé como pero me voy a levantar y te haré el amor así me duela todo el puto cuerpo —profiero al tiempo que, ceñudo, la observo. Al solo reírse de mi desgracia, como puedo me inclino hacia adelante para levantarme.

—No te levantes, no —exalta, dejando de tocarme. Con cuidado me empuja para que apoye la espalda contra la parte elevada de la camilla. Aún con ojos cerrados, consciente que no podré obtener nada bueno hoy, normalizo mi agitada respiración. Justo ahora me viene a pasar esto, cuando al fin la tengo de vuelta.

Me da un beso en la boca, abro los párpados y lo correspondo; fue corto pero suficiente para dejarme con ganas de más.

Nos quedamos mirando mutuamente, ella acariciando mi pecho por debajo de mi bata. Me arde cuando toca ciertas zonas, como al costado izquierdo de mi torso y en mi pectoral derecho donde quedó el roce marcado del cinturón de seguridad. No me quejo, con tal de sentirla soporto lo que sea. No sé qué otras partes del cuerpo están afectadas, pero la más grave es mi brazo fracturado. Espero no sean más.

—Tus hijos están aquí también, igual Pancer —comunica, no deja de ver cómo traza círculos a la altura de mi clavícula.

Aquello me desconcierta; ¿cuánto tiempo llevo en este estado? Aún más, ¿mis hijos están aquí? Abro los ojos en amplitud un instante cuando pienso en eso que dijo. "Tus hijos"; ¿sabe de mi verdadero parentesco con Torrance?

Cuestión de amor © [Cuestiones III]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora